El día después

“El día después”

Los cirios languidecen trepidantemente. La cera cae sin temor a perderse. El olor a flor se disipa por doquier. Rostros enjutos y doloridos, ojos llorosos y corazones destrozados. Murmullos que comparten la incertidumbre, el dolor se atenúa entre las muestras de cariño de los deudos.

Abrazos interminables en un vaivén constante de amor, de deuda, de reconciliación.

El féretro comparte el espacio, no así el que lo habita.

Se restablece la concordia, así como los buenos deseos. Las plegarias se entonan al por mayor por el eterno descanso del que dejó de existir.

Inician los recuerdos, evocaciones de vivencias que se quedan para la posteridad.

La muerte es verdad, se ciñe a nuestros cuerpos desde que iniciamos nuestra vida.

Halo circundante que en cada paso va con nosotros. Se manifiesta, sin conciencia, de lo que el destino nos depara. Simplemente, al final nos atrapa, no hay distinciones, tanto el rico como el pobre, el bueno y el malo.

La vida es vía, es cauce.

La muerte es algo inevitable. Cuando se asoma deja indicios de su manifestación, es lágrimas, dolor y desesperanza, pero para otros es alivio. ¡Es esperanza!

¿Oh, muerte que jamás te ausentas, por qué no nos revelas tu gran misterio?, ¿por qué no nos concedes saber si es dulce tu morada?, ¿acaso temes decirnos, que como llegas te vas?, ¿qué eres cómo ese amor fugaz que tras encender la llama se consume?

Incógnitas que se vierten en el ocaso de una vida que simplemente se fue…

Edgar Landa Hernández.

*Imagen tomada de la red*

Purificando los días

Purificando los días

Los días normales no existen. Hay días que se convierten en espacios vacíos en donde nuestra capacidad de asombro se revuelve y se complementa con vivencias, sonrisas, incluso lágrimas. 

Mirando en los puestos de flores, atiborrados de cempasuñil, tepejilote y otras flores que obsequian el color de la vida, en la antesala de una muerte segura.

Los días normales son aquellos que nos brindan la oportunidad de fraguar en nuestro estado de ánimo historias que a la postre se trasladan a las hojas que no se han ocupado de contar esas historias.

¡Los días normales eso son!

Los días se visten de transeúntes vagabundos. Hambrientos de los que sobreviven a las arduas jornadas, cuando el cansancio se apodera de las mentes olvidándose de lo demás.

Del contemplar, de absorber el paisaje y engullirlo como si fuera un taco por la mañana.

Los días normales sufren transiciones, ante los necesitados, los que anhelan una esperanza teniendo solo 24 horas por destino.

Los días normales son pobres. Angustiosos momentos, peligrosos, comprometidos, precisos en su forma de atraparnos y lanzarnos en un vacío que si no nos ponemos listos nos perdemos en un hoyo negro de donde jamás saldremos ilesos.

Los días normales es más que eso. Como una hoja del almanaque desprendiéndose por error y aunque se desee no haberlo hecho, el resultado será el mismo.

Hoy vivo sin contratiempos, convirtiendo el día normal en un tiempo consumido, bebido en una copa de olvido, mientras una música de viento purifica mis sentidos.

Edgar Landa Hernández.

LA GOTA AZUL / Maricarmen Delfín Delgado

La noche arrulla las penas, las recoge del aire que de suspiros se llena, llora discreta sobre los pétalos, sus lágrimas convertidas en rocío escurren sobre los verdes ápices al despuntar el alba.

El llanto, lenguaje universal, fenómeno fisiológico y sicológico asociado a las emociones positivas o negativas, podemos llorar por dolor, alegría, tristeza, coraje. Al llorar el cerebro mitiga el sentimiento detonante que generó el dolor físico o moral, causando una sensación de cansancio que tranquiliza haciéndonos sentir alivio. No somos la única especie “llorona”, también los animales lloran por situaciones similares a las humanas, por depresión, por dolor, por sentirse en peligro y vulnerables. Además, la risa excesiva provoca un llanto positivo como respuesta a  una excitación extrema.

Al llorar generamos empatía, se activan las neuronas espejo que nos identifican con otros, nos muestran vulnerables, desprotegidos, en situación de ventaja en ciertas situaciones, ver llorar a otro sensibiliza, disminuye la violencia y el coraje. Cuando se reprime el llanto las emociones se somatizan con el consecuente daño físico; las lágrimas son el detonante de la incomodidad cerebral manifiesta.

Para los bebés el llanto es su enlace con la madre y su entorno, en sus primeros meses de vida no se expresan oralmente pero frecuentemente lloran cuando sienten alguna necesidad: hambre, sueño, frío, calor, dolor, enfado, susto, o están en alguna posición incómoda; recordemos que también existe la comunicación por el tacto, la mirada, los sonidos, por medio del balbuceo.

Fisiológicamente las lágrimas cumplen una función importante, son uno de los marcadores del organismo para saber si estamos hidratados, además humectan el ojo y lo libran de infecciones ya que contienen gran cantidad de mucina, bicarbonato e inmunoglobulina A, que ayudan a controlar las bacterias, debido a su pH que oscila entre 6 y 7. El ser humano pude producir de 25 a 50 ml de lágrima dependiendo de la edad, su hidratación, su motivación para inducir al llanto.

Las mujeres lloran más que los hombres, no por patrón cultural, sino por su fisiología y nivel hormonal, en los varones la testosterona les impide ser más susceptibles al llanto, aunque hay sus excepciones; otro factor es la formación social y cultural donde el llanto es señal de debilidad, culpa o vergüenza. Al avanzar la edad se va disminuyendo el nivel de testosterona por lo que a mayor edad los hombres se perciben más sensibles.

El bioquímico William H. Frey II, investigador y profesor estadounidense, afirma que el llanto emocional tiene diferente composición a la de otro tipo de llanto, con mayor contenido de proteínas y hormonas por lo que las lágrimas permanecen fijadas en la piel durante más tiempo haciéndolas más visibles generando una mayor respuesta empática de otros.

En 1586, el médico británico Timothy Bright consideró que las lágrimas eran generadas en el cerebro y afirmaba que eran productos de “excrementos” húmedos de este órgano.

Desde la antigüedad, el llanto ha tenido un papel importante para muchas culturas, en la civilización egipcia surgieron las plañideras, mujeres a las que se les pagaba por llorar en los entierros, era un rito funerario con la creencia que sus lágrimas purificaban el alma del difunto para llevarla a la plenitud, ya que según el tabú griego los deudos tenían prohibido llorar en público. En el rito judío, se dice que para expresar una forma más enérgica la devastación de Judea el dios de Israel ordenó al pueblo traer lloronas que él llamó “lamentatrices”; esta costumbre pasó del pueblo hebreo al griego y romano. Las lloronas recogían las lágrimas en vasos llamados “lacrimatorios” que posteriormente se colocaban en la misma urna donde se depositaban las cenizas del fallecido. La frase “lágrimas de cocodrilo”, para significar el llanto fingido, proviene de una antigua creencia griega donde los cocodrilos fingían llorar para atraer a sus víctimas.

En Mesoamérica, especialmente en México, el llanto tiene un importante significado, los mayas lo consideraban como un acercamiento a sus dioses llamado “ok oh ool”, que se traduce como “llorar-voluntad”; en los indígenas mesoamericanos para mostrar humildad en sus rituales se observaba un ligero llanto. Al norte de Veracruz sigue vigente un mito ancestral de un dios que tomó la forma de granos de maíz y lloraba porque los mestizos lo tiraban con desdén al suelo en vez de sembrarlo con cuidado como una ofrenda. Todos conocemos la leyenda prehispánica sobre “la llorona”, que dio lugar a 120 versiones del mismo tema, que cuenta la historia de una mujer que llora por las noches lamentando la muerte de sus hijos ilegítimos.

Han quedado atrás ideas moralistas como que “los hombres no lloran”, “cúbrete el rostro para que no te vean llorar”, “se llora sólo y en silencio”, “por orgullo se llora por dentro”, “los niños que lloran son mariquitas”, “pareces vieja llorando”, entre otros enunciados retrógrados, en una sociedad que ya no le avergüenzan muchas actitudes que eran antes criticadas.

El llanto tiene un gran valor, nos identifica, nos une, nos vuelve una sola raza, todos lloramos no importando el color de piel o el idioma, el llanto es una constante, en algún lugar del mundo mientras alguien llora otro lo acompaña sin saberlo, en un lenguaje universal. Como diamante brilla en tu mejilla la gota azul.

¿Quién escribirá la historia de las lágrimas? Todos lo haremos.

                                                                                                       Roland Barthes

TERCERA ESTACIÓN / Maricarmen Delfín Delgado

¡Ah, el otoño!, su viento sopla como suave abrazo color marrón entre el verano y el invierno que invita al reacomodo espiritual, obligando al cuerpo a guardarse en quietud en busca calor y cobijo, de esparcimiento y amor. En ocasiones le reprochamos por la caída de las hojas, por la tímida y fría brisa, por la ausencia de sol, por el encierro obligado, sin embargo, la naturaleza es agradecida con la tercera estación pues regala el color y el perfume del crisantemo, la bignonia y el áster que lucen con todo su esplendor; con este colorido enfoque Albert Camus parangonó la estación diciendo: “el otoño es una segunda primavera, cada hoja es una flor”.

En la filosofía oriental la primavera simboliza la juventud y el florecimiento, el verano es la época donde nacen los frutos, el otoño representa la etapa del cambio donde las hojas secas se desprenden para dar paso a un nuevo follaje más maduro antes del descanso invernal. El poeta Leopoldo Lugones en su poema Amor eterno, aplica esta simbología: “No temas al otoño si ha venido / aunque caiga la flor, queda la rama, / la rama queda para hacer el nido”.

Siempre relacionamos al otoño con la caída de las hojas, lo culpamos por dejar las ramas desnudas y al árbol entristecido, sin embargo, éstas ya han cumplido su misión, cuando fueron verdes le proporcionaron oxígeno, realizaron la fotosíntesis, transformaron el bióxido de carbono, sostuvieron la vitalidad de su poseedor.

Al llegar el otoño las hojas secas caen como lluvia vegetal, no están muertas, quedan ahí almacenadas para cumplir la siguiente misión en esta segunda etapa, se convierten en abono, en cálido tapete, en ropaje de nido, aumentan la fertilidad y retienen la humedad, el acolchado de trituradas hojas protege a las plantas, cobija insectos, es un calefactor natural.

Son tema de canciones y poemas de amor, también de cantos infantiles. El poeta francés Jacques Prévers las hizo famosas en su canción “Las hojas muertas”:

“Las hojas muertas se nos agarran a la piel, ya lo ves no he olvidado nada, las hojas muertas se amontonan por las calles como las penas y los recuerdos.”

Gustavo Adolfo Bécquer en su narrativa Las hojas secas, entabla un diálogo entre dos de ellas que se preguntan cuál será su destino:

“…¿De dónde vienes, hermana? -Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas, nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú? -Yo he seguido algún tiempo la corriente del río hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla. -¿Y adónde vas? -No lo sé. ¿Lo sabe acaso el viento que me empuja?…”

Ha llegado la estación más apasionada del año y la literatura lo sabe, el otoño como motivante inspiración regala su color, su aroma y un suspiro convertido en suave airecillo para envolver el alma y el cuerpo, en un vaivén de sentimientos que vuelan como aquellas hojas entre las ramas del árbol de la vida.

Mi tiempo otoñal se anida en la piel

Recorre, busca y se acomoda sigiloso

En espera de dejar su huella fiel

Pero solo se muestra como un esbozo

No permito me labre con su cincel.

Podrá tomar mi cuerpo como suyo

Por naturaleza evitarlo no puedo

Con mi sabiduría lo diluyo

Rejuvenezco el alma con esmero.

Recibo el otoño como renovación

No como atribulada vejez

Vivo, canto y bailo con la emoción

De existir en plenitud cada vez

Saboreando las mieles de la tercera estación.

Imagen: Internet, «Soledad de otoño» de Leonid Afrémov.

¿A dónde se ha ido la tranquilidad?

                                                      ¿A dónde se ha ido la tranquilidad?
El destino dicta su veredicto. Sucesos que a la postre repercuten no solo en mí, en ti, en todos. Somos uno, caos, tranquilidad. A todos nos afecta.
Hay momentos como el de ahora, mientras las notas de música me arropan haciendo placentera mi estancia frente a las teclas y expulso lo que me callo ante todos, lo que muchas de las ocasiones guardo y no comparto pensando en mil cosas, y al final ahí se quedan, como las galletas saladas en la alacena que no me gustan, pero que, sin embargo, forman parte de un todo. Ocupan un lugar en el espacio.
Hoy no fue la excepción, estaba reacio a escribir algo que en verdad quede en la mente de mis lectores y amigos, algo que no únicamente me sirva a mí. Dejaré por un momento mis árboles y mis frondas, sus flores y sus aromas.
La caricia, la retiro y la almaceno. Hoy me vuelvo a preguntar una vez más ¿a dónde se ha ido la tranquilidad?
Las noches se han convertido en música de sirenas de patrullas, de peliculescas persecuciones con fondo de percutores y balas perdidas.
Hoy mueren inocentes y los malandros son los de siempre. ¿Justicia? Vocablo que solo se encuentra en el diccionario con una definición muy alejada a nuestra realidad, es la realidad que vivimos a diario.
La violencia es una noria que no para. El destino nos ha alcanzado, como aquella cinta cinematográfica de Charlton Heston que alguna vez mi padre, siendo yo un párvulo, nos llevó a verla, y nos decía una y otra vez que solo eran interpretaciones y que no creía que jamás llegaría ese día, sin embargo, se equivocaba en sus palabras.
Y hoy lo evoco, en el hueco de las ausencias, en el sol apagado y el viento sin prisa.
Atesoro aquellos momentos en los cuales un chiflido rasgaba la noche y era hora de regresar a casa.
Todos nos conocíamos en el barrio, todos nos apoyábamos y entonces sí, había seguridad.
Nuestra tranquilidad era sentarnos en un montículo de tierra mientras la maquinaria pesada excavaba para crear la avenida Lázaro Cárdenas. (Antes circunvalación) Posterior a ello, nos mirábamos, sonreíamos y terminábamos en un abrazo logrando decirnos lo que ambos sentíamos.
Observar a un policía era verlo con respeto, no como ahora que hasta la piel se enchina y no sabemos si en verdad ellos nos brindan la seguridad que tanto anhelamos.
¿A dónde se ha ido la tranquilidad?
Archivo todo. Y cuando no duermo escucho sus consejos, mi padre se presenta en esa luz que me ha seguido a lo largo de 12 años, la que me da serenidad y esperanza. En la que tengo fe que algún día todo cambiará.
Desde aquella noche que la muerte me saludó, y con una sonrisa me dejó ir.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar landa Hernández.
 

LA VOZ DE LAS MANOS / Maricarmen Delfín Delgado

Nuestros sentidos son la conexión con el mundo, con el entorno, con otras personas, con nosotros mismos, somos afortunados por poseer la vista, el tacto, el gusto, el habla y el oído; sin embargo, no todos tienen esta dicha, en el mundo viven  1500 millones de personas con algún grado de pérdida de audición, según cifras de la OMS. En México existen casi 300 mil personas sordas (INEGI, CNDH), de las cuales un 80% necesitan rehabilitación.

La pérdida de audición puede deberse a complicaciones en el parto, factores genéticos, ciertas infecciones crónicas, exposición al ruido constante y sonidos fuertes, uso de medicamentos ototóxicos, envejecimiento, introducción de objetos que dañen las membranas del oído. Además, debido a prácticas inseguras de audición niños, jóvenes y adultos están en peligro de padecer sordera permanente, ya que este padecimiento va del leve hasta el grave.

Para este grupo de personas la comunicación se dificulta, la mayoría quedan aisladas de la sociedad y del entorno por no percibir sonidos y palabras, su expresión se ve limitada por esta discapacidad física, afortunadamente existe el lenguaje de señas para resolver esta situación, es el hilo conductor entre ellos y el mundo exterior.

Las lenguas de señas son idiomas naturales estructuralmente distintas de las lenguas habladas, no existe una lengua de señas por cada lengua oral y las existentes han ido evolucionando con el avance de la sociedad, según la Federación Mundial de Sordos, se utilizan más de 300 diferentes lenguas de señas a nivel mundial. También se cuenta con un lenguaje de señas internacional que se utiliza en las convenciones mundiales, en los viajes y para socializar en diferentes países, es considerada como “pidgin”, es decir una lengua mixta formada por elementos de otras lenguas, es menos compleja que las naturales y tiene un léxico limitado.

El 23 de septiembre fue proclamado por la Asamblea General de la ONU en 2017, el Día Internacional de las Lenguas de Señas, con el fin de concientizar sobre la importancia de éstas para la realización de los derechos humanos de las personas sordas, incluida una educación de calidad a temprana edad de este tipo de lenguaje, fundamental para el crecimiento y desarrollo individual, dando identidad lingüística a estos grupos sociales. Resalta también la importancia de preservar estas lenguas de señas como parte de la diversidad lingüística y cultural.

Este sistema de comunicación es tan antiguo como la humanidad, uno de los escritos donde se menciona es Crátilo, aquí Platón escribe que, si no se tenía la lengua ni la voz, se intentara comunicarse como los mudos, a través de signos de la mano, de la cabeza y de todo el cuerpo. En la Edad Media, la lengua de señas fue utilizada por los monjes; Pedro Ponce de León, monje benedictino del siglo XVI, está considerado el primer profesor para personas sordas, ya que creó una escuela para este fin en el monasterio “San Salvador de Oña, entre León y Castilla, basándose en el alfabeto usado en las abadías por los monjes en su voto de silencio.

Su origen fue en 1620 gracias al trabajo de Juan de Pablo Bonet, con una publicación llamada Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos en Madrid, obra que es considerada el primer tratado moderno de fonética en la lengua de señas que establece un método de enseñanza oral y un alfabeto manual para personas sordas. Basada en la expresión y configuración gesto-espacial dirigida a la percepción visual para que este grupo pueda comunicarse con su entorno social, con movimientos a través de los manos, los ojos, el rostro, la boca y el cuerpo; este lenguaje también ha sido adoptado por quienes hacen voto de silencio y en algunas actividades deportivas y sociales.

En el siglo XVII en Europa, especialmente en Gran Bretaña el lenguaje de señas servía para comunicar mensajes secretos, hablar frente a alguna audiencia y para las personas sordas o mudas. Al correr de los años se fueron creando varias escuelas principalmente en Francia, Italia y Estados Unidos de Norteamérica; en la actualidad, existen diferencias en algunas lenguas de señas ya que tienen su origen en la gramática francesa, alemana y británica.

A partir de 1980, sociólogos, pedagogos y especialistas en la materia ha puesto su interés en el lenguaje de señas considerándolo como una “lengua de pleno derecho”.

Y como todo derecho humano, la enseñanza de la lengua de señas debe ser implementada en los programas educativos como obligatoria, ya que todos somos iguales a pesar de las limitaciones físicas o intelectuales, en el caso de las personas sordas y mudas tienen el derecho de ser escuchadas y “visualizadas” mediante este lenguaje para ser incluidas en todos los contextos sociales.

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