Cuando la gota se agote

“Cuando la gota se agote”
La incesante gota disminuye pausadamente, se convierte en un hilillo que apenas se puede contemplar. Arriba, donde nace, se contempla diferente, triste, sabe que no persistirá mucho y eso me duele a mí también.
La cascada hasta hace poco abundante, ahora solo es un tobogán que dilapida lo último que le queda, está desprovista y no precisamente de la fuerza con la que envía el cauce del líquido vital.
La gota fenece lentamente y junto con ella las esperanzas de recobrar la fuerza de antaño, cuando de una forma desmesurada irrigaba de vida el caudal enorme que hacía que se conglomeraran millones de litros del líquido transparente. Ahora solo son quimeras.
La gota se agota. Muere lentamente en la agonía de una vacilación y despilfarro de nosotros, los seres humanos, los que nos convertimos en dioses sin siquiera llegar a ser ni la más ínfima partícula comparada con el creador.
Sigo observando y todo es en vano, se cuida lo que se ve, lo tangible, pero no se actúa conforme a una sensatez de que el líquido que da vida se está agotando. La gota fenece, agoniza día a día.
La montaña hace lo propio y busca los ríos subterráneos que nutran su caudal, pero es en vano. Se busca donde ya no hay. Las cuevas y sótanos encriptados en el corazón de la tierra poco a poco se secan, al igual que las esperanzas por dejar un mundo mejor a los que vienen, el egoísmo y el orgullo se han apoderado de la humanidad.
El amor ha quedado sepultado entre miles de emociones que conciernen solo a una ambición materialista que terminará pronto. Aún es tiempo de actuar, de acatar la razón y convertirnos en héroes, rescatar y saber encausar las ideas en torno a un bienestar social. La gota se agota, pero no mis esperanzas de poder hacer algo en pro de los demás…
Edgar Landa Hernández…

Regreso a clases

Regreso a clases

Pocos niños rumbo a la escuela. Mi madre, dándome las recomendaciones que debo seguir para no contagiarme del virus. Dos cubrebocas sobre mi rostro, así como una careta que se empaña cada vez que respiro. Pero eso no me impide seguir aprendiendo. Estoy feliz, un grado más, quinto año de primaria.

-No te quites tu cubrebocas, y si te vas a tomar tu agua de limón, retírate de tus amigos, antes de comer tu tortita de huevo, lávate dos veces con este gel que te dejaré en tu mochila, después de comer también. No saludes de mano, no abraces, no te acerques a tus compañeros, siempre alza tu brazo para medir la distancia, no queremos que te nos vayas a enfermar. Ah, no te quites el escapulario de san juditas que te dio tu abue, es para tu protección.

Después de estas recomendaciones de mi madre, entro a mi escuela. ¡No hay nadie!, creo que soy el primero. Son las 7:55. A.m. Dos maestros llegan, saludan desde lejos. No logro reconocerlos, los veo bastante gorditos. Ya tenía mucho tiempo de no venir a clases. Preferiría poner mi computadora y verlos por la pantalla. Así podría dormir más tiempo.

La campana suena. En toda la escuela solo hay doce alumnos. Ocho niñas y cuatro niños. Maestros solo hay cinco, tampoco vinieron. Nos invitan a conocer nuestros nuevos salones. Huele a humedad.

El maestro nos saluda. No sabemos si sonríe o está enojado, también trae cubrebocas y su careta.

-A ver tú, ¿dime cómo te llamas? Me dice el maestro señalándome con el dedo.

-este, ¿Quién yo? Le respondo nervioso.

-Claro, te dije a ti. ¿Cómo te llamas?

-Roberto Huerta, pero mi abuelita me dice Robertito. Ella vive con nosotros.

-Muy bien Robertito, dime, ¿estudiaste durante todo este tiempo?

No sé qué responderle, me pone nervioso, los demás niños se me quedan viendo, no sé qué decir, empiezo a sudar frío, mi careta se empaña y el maestro sigue viéndome con ojos de pistola a punto de disparar. Inmediatamente, se viene a mi mente mi abuelita cuando algo le va mal y se pone a rezar, según san goloteo, versículo 3.1416, no me puedo concentrar.

Junto mis manos y digo en voz baja” padre nuestro que estás por los suelos, y re tiemble sus centros la tierra al sonoro rugir de la torre de David y la barca de oro”. De nueva cuenta, el maestro insiste:

-Robertito dime, ¿estudiaste en este tiempo de pandemia?

-Ora pior, ¿qué le contesto? Si cuando nos daba clases la maestra por videollamada yo quitaba la cámara para que no vieran que jugaba con mi celular, por eso no estudié. Si le digo me va a regañar. Ni modo, le tendré que ofrecer mi torta de huevo a ver si así me deja de preguntar y busca a otro niño para sus experimentos.

-No se asusten, no les va a pasar nada si contestan que no estudiaron, para eso estamos aquí, para ponernos al corriente y aprender, aquí iremos poco a poco puliendo los errores que se cometieron anteriormente.

Eso me hubiera dicho desde el principio, pero que ganas de torturarme con sus preguntas.

Los demás niños se presentan. El tiempo ha pasado muy rápido. Es hora del receso. Solo que no podemos salir, en nuestros lugares debemos de permanecer sentados.

No debemos de jugar ni acercarnos a nuestros amigos. Y qué bueno, porque así no le convidaré a nadie de mi torta de huevo. Por cierto, está apachurrada. Y por fin suena el timbre de salida. El maestro escribe la tarea para el día de mañana.

Debemos de buscar qué se celebra el 15 de septiembre, aunque esa pregunta ya me sé la respuesta, se celebra el grito, además se hace pozole en la casa y mis tíos compran tequila y se ponen bien borrachos, aunque luego hasta pleitos hay.

A pesar de todo, el primer día de clases me fue muy bien.

Edgar landa Hernández.

¡Porque quiero puedo!

¡Porque quiero puedo!

Poder es una palabra sumamente compleja, refleja no solo el significado de la misma, tiene también una diversidad de definiciones y sobre todo de uso.

El poder es la facultad de tener una habilidad, un talento o la capacidad para actuar de determinada forma. La mayoría de las personas tenemos habilidades, y las ejercemos de acuerdo con el enfoque que le damos a la vida. Pero ¿qué pasa cuando decimos “es que no puedo” “yo no nací para eso” “no creo poder” “mañana lo intento” lo hice, pero ¿y si me vuelve a suceder lo mismo?

Cuando empezamos a poner peros a nuestras actividades, el orden de armonía se atrofia, y ya no salen las cosas como nosotros queremos. Nos adentramos en un miedo abismal que no nos dejará, así digan lo que nos digan. Quiero bajar de peso, pero me da flojera hacer ejercicio.- total, ya mañana es jueves-, -después fin de semana; empiezo el lunes.

Y así una serie de excusas que sería difícil de enumerar. Y eso no es lo malo, lo peor viene cuando nos sentimos víctimas de las circunstancias y empezamos a buscar culpables de lo que nos sucede, siendo responsables únicamente nosotros mismos,

porque no tuvimos la osadía de actuar con poder, de no proceder con cautela y sensatez, y ya cuando cometimos el error nos arrepentimos de nuestra toma de decisiones.

Equivocarse es de humanos, lo malo está cuando se concentra el confort de errar una y otra vez, y solo nos queda decir, “pues a ver que pasa” obteniendo solo resultados negativos.

Hoy es el día en que con fe y perseverancia actúes de una forma que tu dominio sea pensar en positivo, ¡claro que puedes! ¡Estás vivo! Así que manos a la obra, saca tus ilusiones y deseos, es tiempo de hacerlos realidad, sin ningún pero que valga.

Te lo dice tu amigo de la eterna sonrisa

Edgar Landa Hernández…

Yo soy el enamorado de la vida

                                          Yo soy el enamorado de la vida

Escribo con el amor y describo con el alma. Plasmo paisajes que solo mi mente ve, y los exteriorizo en párrafos continuos que albergan sentires y denotan sentimiento. Viajo a confines imaginarios y los vuelvo una realidad efímera, solo en ocasiones, otras tantas se inmortalizan en la sonrisa de algún lector. Les pongo atuendos a las demacradas hojas con palabras sonoras, o quizá, hasta las llego a engalanar con vestimentas únicas y perfumes de sándalo.

 Las encierro en frascos con cerradura y candado, luego las perdono y las dejo salir a que revoloteen como las pequeñas mariposas en una primavera con luz de sol y rayos de plata. Algunas más se me suben sobre el cuerpo logrando cierto cosquilleo y sí, logran que las ordene en mis textos, haciéndolas seguir el guion que les marcó una inspiración un tanto desgastada en el ápice de estantes, polvosos por el olvido.

 Es a través del alma la cual imploro una vez más, le ruego y me aconseja, me dicta y lo transcribo con cierta delicadeza, tal como lo hago cuando arrullo tu sien y en mis brazos te siento pequeña. He llegado a pensar que me tienden una trampa, y sobre todo cuando están todas reunidas en un silabario que no entiendo ni ton ni son, solo letras, como una danza propia del África, deleitando a los dioses en señal de agradecimiento.

 La música es de suma importancia, las invito, las reúno y me siento junto con ellas, y poco a poco salen a escena, grises y simples, yo me encargo de darles color y ritmo, me visto de director y me siguen en el acorde único de un cuadro sin igual y nos volvemos uno, no se sabe ni quién es quién, solo el amor le da la pauta a conseguir plasmar la obra más bella jamás escrita. Escribo en el hoy, para perdurar en el más bello recuerdo de un mañana, porque yo soy, el enamorado de la vida.

Edgar Landa Hernández.

 El recuerdo

                                                             El recuerdo

Las casas también mueren. Algunas están desahuciadas, no hay nada que hacer por ellas.

Hay casas que siguen con vida, alegres de fachadas simpáticas y humor fino.

Otras tienen más recuerdos que el álbum de la abuela María Luisa. Guardan imágenes, escenas que reivindican el paso de cronos.

Toda casa tiene su historia. Despojos de merodeadores de sombras cuando el tic tac marca las 3: a.m. ¡No le tengo miedo a los espectros! He charlado con ellos mientras el humo de un cigarrillo completa la silueta del invitado.  Incluso, les he contado mi historia. Cuando el jardín era florido y no existía la maleza que cubre las antiguas bancas de hierro. He vivido en todas y también en ninguna.

Las paredes son artefactos que guardan secretos. Cada habitación cuenta lo propio. Si embargo, hay despedidas sin previo aviso, cortesías inexistentes en torno a un saludo inconcluso.

En los lugares más recónditos habitan inquilinos clandestinos disfrazados de evocaciones.

Son ignorados, continúan furtivos a la espera de salir del anonimato y entonces volver a vivir.

Las casas, al igual que las personas sienten, están vivas. Sus ventanas son un desfogue con claves a las cuales hay que saber descifrarlas, algunas no tienen combinación alguna, otras son herméticas. El enigma está en saber descubrir la simbología que nos brinda.

Hay casas grandes, chicas, medianas. Inconclusas, construidas con cimientos sigilosos y sentimiento de los que las habitan. Mi casa es grande, con ventanas que dan al mar, otras al cielo, ¡les digo que es enorme!, cuando me acuesto en la recámara puedo ver tapizado el techo de pequeñas lucecillas, algunos les llaman estrellas.

Vivo en los inquilinos, en las paredes, en la cocina y los dormitorios.

Nadie se escapa de mí. Tan solo soy un recuerdo.

Edgar landa Hernández.

No me he de rendir

No me he de rendir Lo que ocurre en el planeta nos afecta. Pensamientos ajenos, incertidumbres que aquejan nuestras emociones. Suposiciones que tomamos como una verdad y no investigamos la veracidad de las noticias. Las evidencias se muestran como un gran juego de cartas y cada quien las baraja a su manera. Sin embargo, a pesar de la manifestación de noticias funestas, noticias que nos asustan confirman una vez más que si no disciplinamos nuestros pensamientos, la salud decae. Y precisamente ante estas manifestaciones de reflexión, tomé de una bella poesía del escritor y poeta Ángel Núñez Beltrán, Una línea que hoy me sirve de título de mi texto. “No me he de rendir” Las decisiones erróneas nos llevan por la inexactitud de nuestra ruta. Y es ahí en donde debemos de detenernos, cavilar, y proseguir sin rendirnos. “No me he de rendir” es una frase corta, pero que contiene mucho. Hace algún tiempo, por el rumbo del barrio de “San Bruno”, cerca de la llamada “ruta dos”, aquí en mi bella Xalapa, mientras conducía mi auto, pude observar a lo lejos a una diminuta mujer. Eran ya las 10:pm. La señora caminaba de forma diferente, ya que ella no contaba con una parte de sus piernas. Solo tenía de la rodilla para abajo. Para caminar tomaba una silla y ponía la pierna incompleta en el asiento, al tiempo que daba el paso, haciéndolo así sucesivamente, y por si fuera poco cargaba una vaporera con tamales que hacía para vender y ganarse unos pesos para poder sobrevivir. Proseguí mi camino y metros adelante me detuve. La escena anterior me hizo reconsiderar y regresé donde estaba la mujer. Con mi sonrisa característica le pregunté cuál era su destino, ella me comentó que se dirigía hacia la colonia cerro colorado, el cual era un trayecto todavía muy largo y más tratándose por las condiciones de la señora. Me ofrecí a llevarla hasta su destino, cosa que aceptó sin miramientos. Subimos sus utensilios al auto y enfilamos hacia la colonia cerro colorado. Justo cuando creí que ya habíamos llegado, la señora me decía, la dejara justo ahí, que aún tenía que bajar por una calle muy accidentada por donde no pasaban los autos, quedé sorprendido que a pesar de su discapacidad realizaba esta rutina diariamente. Me contó su historia, el porqué de su pierna incompleta, así como la relación con sus hijos. Ella vivía sola. Y de algo tenía que sobrevivir. Bajamos sus cosas y se fue, no sin antes dejarme una bendición y un abrazo. Después, desapareció. Agradecí por haber conocido a esa señora, aunque sé que por un día la apoyé para que no caminara mucho, al día siguiente ella realizaría la misma rutina. Ver la forma en la que encara la vida me hizo sentir bendecido por contar con todas las partes de mi cuerpo, por valorar, por no rendirme ante la adversidad y tal como ella lo hace proseguir nuestro camino hasta que Dios nos lo permita. Hoy esa enseñanza sigue latente en mí. Y cuando siento que la carga es pesada y no puedo más, recuerdo aquella señora, levanto mi vista al cielo y una vez más digo “No me he de rendir”

Edgar Landa Hernández.

Casiopea





Casiopea
Mi padre me enseñó a observar el cielo. No era un erudito en la materia. Pero si en la forma romántica en la que se desenvolvía, cuando se inspiraba. Él no escribía, pero tenía la facilidad de dar discursos sin siquiera escribir palabra alguna. Las palabras le salían del corazón.
Poco o nada sabía de los nombres de las constelaciones. Simplemente, me decía -Busca las figuras y dale un nombre. Yo era muy pequeño y por más que trataba de buscar alguno, siempre sonreía y lo dejaba para alguna otra noche.
Tiempo después crecí. Y proseguí observando la noche. Cuando el viento fresco se apoderaba de mis ideas y mis sueños. Cuando de pronto a lo lejos me detenía a seguir la ruta de alguna chispa sobresaliendo del espacio y así, sin decir más, desaparecía.
Recostado sobre una base de cemento, me acomodaba y estiraba yo mi mano y era entonces que la magia se convertía en realidad. Tomaba una a una las estrellas. Me las llevaba a mi rostro y les hacía un refugio con la palma de mis manos. Entonces ellas brillaban como si fueran luciérnagas. No las mantenía mucho tiempo apresadas, y les otorgaba la libertad, las aventaba al cielo para que ocuparan su lugar dentro de la noche.
Prefería verlas brillar en lo alto.
Cuando aprendí a leer buscaba libros relativos a las estrellas y sus constelaciones, a las nebulosas y las pléyades.
Y fue en una tarde que acudí a la biblioteca que me di la oportunidad de investigar entre cientos de libros, alguno que me llevara a aquel sitio donde niño me sentía fuera de este mundo. El cielo.
Le pregunté al encargado y me dio una propuesta. Buscar sobre Casiopea.
Casiopea era una constelación, ubicada entre la constelación de Perseo y Cefeo. Mis ojos brillaron, mi sonrisa abarcó mi rostro, tan grande como una gran rebanada de sandía.  Había encontrado lo que buscaba. Según el libro, Fue el astrólogo griego Ptolomeo el que enumeró las constelaciones.
Y desde aquel día, cuando siento que me falta algo, cuando mi semblante carece de la curvatura que rara vez se ausenta de mi faz, vuelvo a mi origen. Dejo todo. Me olvido de todo y me vuelvo a recostar. Cuando la oscuridad se cierne sobre la ciudad. Cuando lo único que me acompaña son las serenatas nocturnas de los grillos y alguno que otro pájaro distraído. Miro hacia el cielo. Y busco a Casiopea. Casiopea, de acuerdo a la leyenda mítica, fue la reina de Aethiopia y Esposa del rey Cefeo. Y fue castigada por Poseidón, dios del mar.
Y una vez más señalo con el dedo. Quizás hoy vuelva a emerger el poeta que vive tímidamente en mi ser, y junto con mis ideas, escudriñemos la negritud del cielo. Creando un poema que le dedicaremos a Casiopea.
Édgar  Landa Hernández.
 

Hablemos de literatura

Hablemos de literatura

La lectura inicia con un encabezado inusual, y dice así:

“Hay una foto que no me puedo sacar de la cabeza.
Una niñita con un vestido floreado grita en la oscuridad.
Se ve sangre por todos lados: en sus mejillas,
En el vestido en gotas que salpican el suelo.

Y así da inicio la novela llamada “cartas a los perdidos” de la escritora Brigid Kemmerer.

“Cartas a los perdidos”, más allá de un relato de sucesos que vive la protagonista junto con otro personaje llamado declan, es una serie de vivencias realistas que te atrapa desde un inicio, prosiguiendo a devorar las líneas que se presentan a lo largo de esta prosa, algunas veces poéticas, dejando un halo de misticismo.

La historia se basa en la vida de dos personajes opuestos entre sí, Juliet y Declan.
Juliet es una bella joven que hace unos meses perdió a su madre en un espeluznante accidente. La madre, fotógrafa de profesión, viajaba alrededor del mundo cubriendo zonas de guerra y causas muy importantes.

Por esta razón, Juliet la idolatra y no la ve muy seguido, pero tienen una forma de comunicación: las cartas. De ahí el título de esta magnífica obra literaria. A pesar de que cuando pueden se comunican por videollamadas o mensajes, ambas son aficionadas a las cartas. Cuando su madre muere, Juliet sigue escribiéndole cartas y llevándolas al cementerio en donde pasa largas horas.

Sabe que su madre no le va a responder, pero es la forma que encontró para seguir «comunicándose» con ella. Un día, una de las cartas que deja es respondida. A pesar de sentir indignación porque alguien violó su privacidad, se ve atrapada en la interacción que se crea con quien sea que responda sus cartas. No le conoce, pero siente que lo entiende, y que él la entiende a ella.

Declan Murphy es un chico bastante problemático. Un día no aguanta más y choca la camioneta de su padre. Por esta razón, la jueza lo condenó a trabajo comunitario, y le tocó ayudar al encargado del cementerio. Esto no es que le haga mucha gracia, pero prefiere eso a estar en su casa con su madre y su padrastro. Cierto día encuentra una carta en una de las lápidas y decide leerla. Sin pensarlo, le responde, y antes de darse cuenta, están escribiéndose con la chica que deja las cartas de forma anónima.

Declan también está roto, también perdió a alguien, y también siente que la chica misteriosa es la única que lo entiende. ¿Qué pasará al final entre estas dos personas? ¿Podrán ayudarse o ambos terminarán destrozados por las pérdidas que los aquejan?

Cartas a los desconocidos es una historia de intriga, de amor, es una forma de reencuentro, es una historia única que ahonda en el sufrimiento de cada uno, en la recuperación y en cómo a veces las personas menos pensadas son quienes en realidad nos ayudan.

Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa

Edgar Landa Hernández.

Conmoción

                                                        Conmoción.
 
 
Una melodía se escucha en plena calle. Las casas permanecen cerradas, no hay gente cerca.
Un auto deportivo minimiza los altos decibeles del estruendo musical. Por unos segundos, la música no es audible. Solo el poder del motor se escucha. Dos acelerones y sale despavorido el auto perdiéndose entre el asfalto.
La melodía regresa. Trato de ubicar dónde es. Por más que busco es infructuosa la localización. Prosigo caminando. Una bugambilia se dobla, el viento le tiende una trampa hasta casi hacerla rozar sus ramas con el pavimento. Se convierte en una reyerta, una disputa entre dos elementos de natura, ninguno cede, hasta que el aire se da por rendido y el pequeño árbol se levanta en señal de triunfo.
Me detengo un instante, tomo un pañuelo de una de las bolsas de mi pantalón y seco mi rostro. Aún me falta mucho trecho por recorrer.
Alzo mi vista, y dentro de una edificación logro dar con la melodía. Ahora, con menos volumen. Sí, es ahí, estoy seguro de que de ahí surgió la melodía que me provocó la atención.
Se fue. ¡Ya no se escucha! Vuelvo a mirar, y observo a una chica. Su torneado cuerpo está enfundado en unos ajustados mallones color negro. Su cabello es recogido por una dona de tono rosa. No puedo ver qué tipo de calzado usa, pero pareciera que se ejercitaba al ritmo de la música. En su torso, un breve top, contiene sus protuberantes y rozados pechos.
No logro enfocar su rostro. Sus movimientos son sensuales, semejando una gacela en inquietud. De Pronto, se suelta el cabello y lo mueve de forma parsimoniosa. Cuál abanico recreando ondulaciones en una moción singular.
Yo sigo como estatua. No me muevo. Ella percibe mi presencia. Voltea y me mira, sonríe mientras sus ojos cafés chispean de manera intensa. Yo apenas si hago una mueca de sorpresa.
Bajo la mirada, nuevamente, busco la mirada de ella. Y ahí continúa. Ahora correspondo a su invitación.
No hay diálogo. Las palabras se ausentan, pero la inquietud de su presencia crea un nerviosismo en mi ser.
La veo y trato de llevarme su imagen, su recuerdo. Mientras que ella se refugia en su departamento.
Suspiro y prosigo mi viaje.
Seguiré pensando que solo fue un sueño del que ya no quiero despertar.
Edgar landa Hernández.
 
 
 

Alas

Alas


Mientras las alas infatigables continúen batiendo el viento, y prosiga el baile admirable de la vida, reanudo las innumerables bendiciones que esto conlleva.

Desatenderse sería abandonar el constante progreso, frenarse ante las cortinas de humo que eventualmente recorren taciturnas las avenidas de la inconsciencia. 

Perduro ante el inminente prolongar de la existencia desafiando a cronos.

 Relevando con astucia las múltiples facetas, atestiguando de cierto modo un referéndum de lógica y conocimiento.

Insisto, creo, elaboro hipótesis mediante chispazos de madrugada, cuando de repente llega esa luz resplandeciente que me visita desde hace 10 años.


Jamás me desanimo, al contrario, despierto del letargo en el que me encuentro.

Saboreo detenidamente, extrayendo el color al sabor de cada cosa, gozando, experimentando una y otra vez y cautivándome de lo que existe, de lo que me rodea y me hace parte de ello.


Me convenzo una vez más que somos seres pensantes, desafiamos nuestros caminos por preferir de algún modo en cortar la ruta y buscar ciertos atajos. Nos deslumbra el falso color del oro, nos dejamos seducir por las entonaciones sublimes anclándonos por lapsos de locura sin llegar a corresponder de una manera lúcida y sensata.


Emprendo nuevamente el vuelo, hoy volveré a surcar el cielo, lejos de la tierra y tan cerca de Dios.


Edgar Landa Hernández.

Introspectiva

Introspectiva

Las gotas de agua se deslizaron sobre el cable de la luz. Lo único que hice fue lo suficiente para poder complacer mi vista. El olor de la mañana se mezcló con la incertidumbre. La incesante lluvia dejaba al descubierto montículos de piedra, como si se tratara de pequeñas constelaciones en la tierra. No me sorprendí, ¡solo lo admiré!.

He visto más de una vez los espectros inconscientes saludarme. Con los ojos rojizos y sus mentes trasnochadas. Seres en vigilia. Y una capa delgada de neblina se esparció por las calles solitarias. El clima me ayudó. Con ello, la inspiración. Y mientras el agua arrastraba todo, despejó mis pensamientos, sucedió que la claridad de lo que deseo llegó en un instante. Decenas de mensajes se arremolinaron y tomé algunos para lograr mi objetivo. Y fijé mis ojos entre tantos árboles, en las nuevas plantas, en las flores amarillas con color de caramelo tratando de localizar esa luz que me guía diariamente.

Pensé que con tanta lluvia el trabajo disminuiría, cosa que no fue así. Me quedé con mis dudas, escudriñé en los recuerdos, fisgoneé en las avenidas, sentí por unos minutos la trivialidad de la vida. Las cosas simples se convirtieron en señales, y acepté cada una de ellas.
Como por arte de magia la armonía llegó. Mi respiración marcó cada latido.

Registré lo que mi sentido auditivo me hizo llegar. Una lucha con lo desconocido. ¿Para qué saber más de lo que estoy dispuesto a comprender?
Es tan rápido lo que corre el tiempo. La lluvia disminuyó. Tomé mi cámara y disparé. Todo quedó en una imagen.

Y sigo escarbando entre las palabras. Abriéndome al mundo y cerrándome a la ignorancia.
Tan solo fue un día, y, sin embargo, ¡ha pasado tanto!

Edgar landa Hernández.