El día después

“El día después”

Los cirios languidecen trepidantemente. La cera cae sin temor a perderse. El olor a flor se disipa por doquier. Rostros enjutos y doloridos, ojos llorosos y corazones destrozados. Murmullos que comparten la incertidumbre, el dolor se atenúa entre las muestras de cariño de los deudos.

Abrazos interminables en un vaivén constante de amor, de deuda, de reconciliación.

El féretro comparte el espacio, no así el que lo habita.

Se restablece la concordia, así como los buenos deseos. Las plegarias se entonan al por mayor por el eterno descanso del que dejó de existir.

Inician los recuerdos, evocaciones de vivencias que se quedan para la posteridad.

La muerte es verdad, se ciñe a nuestros cuerpos desde que iniciamos nuestra vida.

Halo circundante que en cada paso va con nosotros. Se manifiesta, sin conciencia, de lo que el destino nos depara. Simplemente, al final nos atrapa, no hay distinciones, tanto el rico como el pobre, el bueno y el malo.

La vida es vía, es cauce.

La muerte es algo inevitable. Cuando se asoma deja indicios de su manifestación, es lágrimas, dolor y desesperanza, pero para otros es alivio. ¡Es esperanza!

¿Oh, muerte que jamás te ausentas, por qué no nos revelas tu gran misterio?, ¿por qué no nos concedes saber si es dulce tu morada?, ¿acaso temes decirnos, que como llegas te vas?, ¿qué eres cómo ese amor fugaz que tras encender la llama se consume?

Incógnitas que se vierten en el ocaso de una vida que simplemente se fue…

Edgar Landa Hernández.

*Imagen tomada de la red*