
El destino dicta su veredicto. Sucesos que a la postre repercuten no solo en mí, en ti, en todos. Somos uno, caos, tranquilidad. A todos nos afecta.
Hay momentos como el de ahora, mientras las notas de música me arropan haciendo placentera mi estancia frente a las teclas y expulso lo que me callo ante todos, lo que muchas de las ocasiones guardo y no comparto pensando en mil cosas, y al final ahí se quedan, como las galletas saladas en la alacena que no me gustan, pero que, sin embargo, forman parte de un todo. Ocupan un lugar en el espacio.
Hoy no fue la excepción, estaba reacio a escribir algo que en verdad quede en la mente de mis lectores y amigos, algo que no únicamente me sirva a mí. Dejaré por un momento mis árboles y mis frondas, sus flores y sus aromas.
La caricia, la retiro y la almaceno. Hoy me vuelvo a preguntar una vez más ¿a dónde se ha ido la tranquilidad?
Las noches se han convertido en música de sirenas de patrullas, de peliculescas persecuciones con fondo de percutores y balas perdidas.
Hoy mueren inocentes y los malandros son los de siempre. ¿Justicia? Vocablo que solo se encuentra en el diccionario con una definición muy alejada a nuestra realidad, es la realidad que vivimos a diario.
La violencia es una noria que no para. El destino nos ha alcanzado, como aquella cinta cinematográfica de Charlton Heston que alguna vez mi padre, siendo yo un párvulo, nos llevó a verla, y nos decía una y otra vez que solo eran interpretaciones y que no creía que jamás llegaría ese día, sin embargo, se equivocaba en sus palabras.
Y hoy lo evoco, en el hueco de las ausencias, en el sol apagado y el viento sin prisa.
Atesoro aquellos momentos en los cuales un chiflido rasgaba la noche y era hora de regresar a casa.
Todos nos conocíamos en el barrio, todos nos apoyábamos y entonces sí, había seguridad.
Nuestra tranquilidad era sentarnos en un montículo de tierra mientras la maquinaria pesada excavaba para crear la avenida Lázaro Cárdenas. (Antes circunvalación) Posterior a ello, nos mirábamos, sonreíamos y terminábamos en un abrazo logrando decirnos lo que ambos sentíamos.
Observar a un policía era verlo con respeto, no como ahora que hasta la piel se enchina y no sabemos si en verdad ellos nos brindan la seguridad que tanto anhelamos.
¿A dónde se ha ido la tranquilidad?
Archivo todo. Y cuando no duermo escucho sus consejos, mi padre se presenta en esa luz que me ha seguido a lo largo de 12 años, la que me da serenidad y esperanza. En la que tengo fe que algún día todo cambiará.
Desde aquella noche que la muerte me saludó, y con una sonrisa me dejó ir.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar landa Hernández.