Conmoción

                                                        Conmoción.
 
 
Una melodía se escucha en plena calle. Las casas permanecen cerradas, no hay gente cerca.
Un auto deportivo minimiza los altos decibeles del estruendo musical. Por unos segundos, la música no es audible. Solo el poder del motor se escucha. Dos acelerones y sale despavorido el auto perdiéndose entre el asfalto.
La melodía regresa. Trato de ubicar dónde es. Por más que busco es infructuosa la localización. Prosigo caminando. Una bugambilia se dobla, el viento le tiende una trampa hasta casi hacerla rozar sus ramas con el pavimento. Se convierte en una reyerta, una disputa entre dos elementos de natura, ninguno cede, hasta que el aire se da por rendido y el pequeño árbol se levanta en señal de triunfo.
Me detengo un instante, tomo un pañuelo de una de las bolsas de mi pantalón y seco mi rostro. Aún me falta mucho trecho por recorrer.
Alzo mi vista, y dentro de una edificación logro dar con la melodía. Ahora, con menos volumen. Sí, es ahí, estoy seguro de que de ahí surgió la melodía que me provocó la atención.
Se fue. ¡Ya no se escucha! Vuelvo a mirar, y observo a una chica. Su torneado cuerpo está enfundado en unos ajustados mallones color negro. Su cabello es recogido por una dona de tono rosa. No puedo ver qué tipo de calzado usa, pero pareciera que se ejercitaba al ritmo de la música. En su torso, un breve top, contiene sus protuberantes y rozados pechos.
No logro enfocar su rostro. Sus movimientos son sensuales, semejando una gacela en inquietud. De Pronto, se suelta el cabello y lo mueve de forma parsimoniosa. Cuál abanico recreando ondulaciones en una moción singular.
Yo sigo como estatua. No me muevo. Ella percibe mi presencia. Voltea y me mira, sonríe mientras sus ojos cafés chispean de manera intensa. Yo apenas si hago una mueca de sorpresa.
Bajo la mirada, nuevamente, busco la mirada de ella. Y ahí continúa. Ahora correspondo a su invitación.
No hay diálogo. Las palabras se ausentan, pero la inquietud de su presencia crea un nerviosismo en mi ser.
La veo y trato de llevarme su imagen, su recuerdo. Mientras que ella se refugia en su departamento.
Suspiro y prosigo mi viaje.
Seguiré pensando que solo fue un sueño del que ya no quiero despertar.
Edgar landa Hernández.