
Objeto intruso
La gente se ausenta de las calles. La niebla hace su aparición tendiendo su red. El vaho recrea una breve formación en forma de remolino, se va, regresa, para de nuevo posarse en la boca de Enrique.
Son casi las doce de la noche. El pasaje sigue sin presentarse. El taxi permanece en un sitio solitario. El cansancio arrecia, los movimientos son más torpes, los ojos casi se cierran, Enrique, ruletero de afición y necesidad, requiere una carrera para poder completar el suficiente dinero para pagar la cuenta. Fin de mes, la gente está gastada, los impuestos, colegiaturas, gas, luz, y una tremenda lista que es mejor no seguir.
La ventanilla del auto sigue a la mitad, se siente frío, somnolencia. La alarma del reloj marca nuevo día.
Un movimiento en la cabeza de Enrique hace que se desparpaje, aprieta sus labios y exclama en señal de desaprobación, uno de sus dedos de la mano lo lleva al oído, lo introduce y sonríe. La comezón desvanece, nuevamente arremete sin miramiento, el dedo de Enrique es demasiado robusto para adentrarse más, afanosamente busca en el cenicero algún objeto para poder lograr su cometido, ¡quitar la comezón!
Un pequeño tornillo se entromete. Justo lo que él necesita. Con sumo cuidado lo toma, cuesta trabajo colocarlo en sus regordetes dedos, lo hace y lo lleva directo al oído. Uno, dos, tres movimientos y disfruta de ello. Hasta qué un » Está libre, joven» lo espanta logrando soltar y dejar el tornillo en el fondo del oído. Enrique se asusta, abre los ojos cuál si fueran alcantarillas, mientras que el cliente le pregunta que, si está bien, si tiene algún inconveniente.
¿La negación llega, un – estoy bien, dígame a dónde lo llevo?
La ruta es sabida y se emprende el rumbo, la especulación convierte el viaje en un sinnúmero de probabilidades que puedan surgir por el objeto en el interior del oído, sordera, dolor, desesperación.
El viaje se hace interminable, las palabras del cliente no se escuchan, la voz es hueca, las luces pasan tan rápido como flashazos fotográficos. Enrique continúa su pensamiento, se basa en el cobro de la carrera, por fin dinero para sus gastos, no importa si ya no realiza otra, quiere descansar e ir con su familia, son casi la una de la madrugada.
Aún no sabe si dirigirse a la cruz roja a qué le saquen el tornillo o de plano cobrar el dinero que tanta falta le hace, la charla con el cliente finaliza.
Pregunta el costo y saca de su cartera un billete dejándole el resto para su refresco a Enrique.
¡Es más, de lo que le iba a cobrar!
El golpe de una mano contra la portezuela agarra desprevenido al chafirete.
Enrique asustado pregunta ¿qué pasó?, ¿qué sucedió?, un transeúnte sube al taxi, necesita dirigirse a su domicilio, -¿está usted libre?
es hora de iniciar la carrera.
Édgar Landa Hernández.