Perlas del pantano / Autor: Javier Vitela

Tecuichpo la doncella, danzaba con la selva. Corría adentrándose a ella en busca de huirse y pertenecer a sus entrañas, buscaba aquella laguna de barro que la poseyera; aquella sepultura hecha del vaho de los dioses que significaría su muerte. En su andar descalzo palpaba los sentidos de la naturaleza, sus pies anhelaban ya el lugar donde se hundirían para no tocar suelo jamás.

Tecuichpo era, la hija del gran cacique que la había obsequiado como ofrenda al conquistador que los había vencido, ahora era ella la que se ofrecía en sacrificio para los dioses. Se había entregado a su amado días antes y no permitiría que las manos del villano trastocara, la majestad de su dignidad. La selva lo sabía, ella misma le despejaba el paso; ella misma, la selva, se sentía ultrajada, la consolaba dándole su aliento que ella inspiraba en cada latido de su corazón.

Penetraba tu ser en aquel cuerpo barroso, en aquel pantano que consagraría tu ser.
Lentamente te hundías, quietamente ibas sintiendo en tu piel esmaltada de ámbar el fresco alivio del barro que te hacía suyo. Te iba seduciendo, te chupaba hacia él.

Lágrimas te brotaban que en ellas parte de tu alma ibas sacando; lágrimas aquellas que escondían tu espíritu y en cápsulas de perlas se convertían para tu esencia resguardar. Esas mismas perlas surcaban tu rostro y rebotaban en tu silueta a su paso para finalmente caer sobre la lápida del barro cual rosas que adornan tu partida.

Esparcidas las perlas en la superficie negra del barro que bordaban de esperanza el luto de tu pesar.
Llanto de perlas redondeadas con lágrimas benditas por inmolarte de amor.

Perlas de tus mares que cruzaron hacia el viejo mundo para que orondas damas las lucieran en sus viejos cuellos, perlas elegantes que disimulan el desgaste de sus vidas inútiles; perlas que serían de mal augurio y que en ellas se convertirían en lágrimas nuevamente; lágrimas esas, las de ellas, que a tu alma redimirán liberandola.