Servicio urbano en la ciudad / Por: Fernando Hernández Flores*

Día tras día circulan por la ciudad varios autobuses. En distintos puntos puedes encontrar la parada o la señalética autorizada por tránsito municipal. En eso decides tomar el servicio urbano y ves que las personas hacen fila para subir al autobús. Un joven con arete en la oreja derecha y con la cabellera larga empuja a una señora de aproximadamente unos 65 años para que avance. La doña alcanza a detenerse en un tubo, paga su boleto y sigue caminando. Un señor bien vestido que lleva un portafolio negro ve esa acción y le llama la atención al joven.

  • Muchachito. Usted no conoce los buenos modales.
  • ¡Qué le importa!  

Y el joven ve con cara de pocos amigos al señor.

  • En nuestro tiempo, nuestros padres nos enseñaron a respetar a las personas mayores. ¿Usted tiene padre o madre?
  • Con mi jefecita no se meta. A mí me vale y deje de estar chingando porque si no se la voy a partir…

Hace el movimiento de querer darle un golpe con la mano derecha, pero se contiene y ambos se van a sentar distanciados.

Desde el asiento 24, la señora exclama:

  • ¡Muchas gracias señor, Dios lo bendiga!

Dentro del autobús se escuchan unas canciones del Súper Show de los Vázquez y el conductor las va tarareando, mueve las manos al sujetar el volante, mientras toma un refresco de color oscuro. Una pareja de jóvenes preparatorianos van en los asientos 7 y 8. El chico la abraza, la chica reacciona y se pone roja.

  • No hagas eso, nos pueden ver y me van a regañar.

Hace a un lado el brazo del chico.

  • No seas así. Tú sabes que te quiero a la buena.
  • Eso le has de decir a todas. No te hagas wey.
  • ¿Cuáles todas? Eres la única, la razón de mi vida.
  • ¡Ajá! Para la próxima me llevas en taxi a mi casa.
  • Mis papás no me dan mucho dinero para la escuela.
  • Pues pídeles o aquí terminamos. Que no sean tan codos tus papás.
  • No seas así. Está bien, les diré que me den más. ¿A ver qué pasa?

Ella lo abraza y le susurra al oído.

  • Te quiero.

En los asientos 13 y 14 va una señora que trae un vestido floreado y su hija lleva un short azul y una blusa negra. Hace como 15 minutos que tomaron el autobús para ir al supermercado.

  • Me recuerdas que tengo que comprar dos kilos de frijol, 2 kilos de azúcar, 1 kilo de arroz, 2 cajas de leche, 1 kilo de tomate, 1 kilo de jabón para lavar y 1 litro de aceite.
  • Sí mamá. Mi papá te pidió un six de cervezas y yo quiero unas palomitas. Recuerda que tenemos en la casa el microondas.
  • Está bien, pero no le sigas la corriente a tu papá. Le vamos a tener que hacer una purga para que deje la pinche borrachera.
  • No, a mi papi no le des esas cochinadas. Te voy acusar con él.
  • Te voy a comprar tus palomitas mija y  a ver qué otra cosa se nos pega.

La hija sonríe. El autobús se detiene en una parada, sube más gente y en eso aparece un payaso. La música se calma y empieza con sus chistes, los cuales son muy malos y nadie de los pasajeros, le pone atención. Cuando termina dos o tres personas le dan unos pesos.

El señor del portafolio negro toca el timbre para bajarse en la siguiente parada y así poco a poco transcurre el tiempo y en cada parada van bajando los pasajeros, incluida la señora de los 65 años y el joven que la empujó y en ningún momento se disculpó. Unos bajan y otros suben a ese autobús que circula todos los días en la ruta de la Séptima Estación.

(*) Escritor veracruzano de un rincón del Totonacapan.

Correo: venandiz@hotmail.com Twitter @tepetototl