Filemón / Autor: Javier Vitela

¿Despierta ya Filemón. Dormido estas?
Conciliar el sueño no puedes, de seguro, tal vez porque ni en tus más locos sueños lo imaginaste.
Te prodigó la vida esa suerte, a ti Filemón.
Mira que al trote de tu caballo, buscando tu vaca perdida, pasando por el viejo caserío en ruinas de la antigua hacienda un tesoro te ibas a encontrar. Justo ahí, en la pared del estrecho silo, donde tu vaca se atoró.
Muerta la encontraste ya.
Descuartizarla para secar su carne fue la opción pronta.
Refugiado en una de las casonas dormiste aquella noche, no te dio tiempo de regresar.
Preferiste ahí mismo salar y secar la carne.
Pusiste, fileteadas, las finas sábanas sobre la cerca de piedra.
Vida le diste a una fogata al cubrirte la noche. Con sus cien lenguas de fuego mil historias escuchabas de la lumbre aquella, casi todas leyendas, los leños secos crujían de ardor.
Fumabas, tomabas en delicados sorbos el tequila azul, masticabas trozos de carne seca. Presentías el silencio de la noche, que te decía todo al hablarte de nada.
Brillaban los ojos de tu caballo cuando la lumbre se reflejaba contrastante con su mirada. Parecía su cuerpo una gran sombra, más negra que la noche aún.
Reposaste tu cabeza en la silla de montar, que colocaste en el suelo; descansaste al saber que rescatabas algo de tu vaca,
Dormido quedaste.
Recordaste muy de mañana, al alba.
Caminaste adormilado hacia el silo, recogías tus cuchillos y la piel doblada con sal adentro de la vaca. En ello un trozo de la pared se desgajó, escuchándose un sonido bofo. Vio tu mirada un áureo resplandor, confundido te acercaste para con tus manos nerviosas rascar la tierra. En efecto, era la boca de una olla repleta de onzas de oro.
Fue mayor tu sorpresa, no cabía duda, monedas de una onza, perfectamente conservadas en su pátina de terciopelo dorado, Oro puro. sin duda sentiste riqueza inmensa en el alma. Pensaste, para ti, un instante de gloria. Dignificabas tu existencia toda, era tu sentir, pobreza y privaciones ya no más.
Desdoblaste la piel de la res presuroso, pusiste las monedas en ella y la volviste a doblar ya sin la sal, preñada quedaba de oro.
Calculabas unas 500 onzas, 20 kilos del más fino oro. De un cordero al destetar su peso.
Ensillaste rápido y lo demás dejaste votado,
Todavía, en tus sentidos, escuchabas el fino sonido del caer de las monedas, melodía hipnótica sin duda.
Tratando de acomodar tus ideas ibas de regreso al galope, recorriste 30 millas levantando el polvo mal oliente y reseco del desértico paisaje.
Sediento ibas, olvidaste tu cántaro con agua.
Comprarías tal vez 1000 reses, imaginabas.
Mejor 500 y unas 500 hectáreas de terrenos húmedos con buenos pastizales, pensabas.
Don Goyo vende a buen precio sus potreros y si son de contado los dejaría baratos. Tiene harta agua en represas y nacimientos, tiene una buena casa, amplia de grandes portales.
Pero eres solo Filemón. Para que ¿quieres tanta inmensidad de cosas? Solo la avaricia vas a propiciar y eso no es bueno.
Llegabas en tu ensueño, todavía, a tu pobre casa. Ya atardecía, abriste el catre y te tiraste en el meditabundo, pusiste el cuero de la res abajo tuyo.
Pensabas en tu suerte, esa bella suerte que cual doncella se le toma cuando se presenta. Es ley de vida, pensabas que ese día no tendría fin, demasiado bueno como para que se extinga, opinabas.
Repasaba las leyendas de tesoros del pueblo, a tus mayores cuando narraban, ninguna de ellas se ajustaba al entierro que te había encontrado a ti, pero que suerte mendigo Filemón, una en un millón, sin duda, mira que se te aparezcan 500 onzas de oro así porque si nada más.

Tuya la suerte, toda. No tuviste de por medio espiritismo alguno para rogar que te entregaran el entierro las almas en pena. Nada, nada Filemón. Pero algo en el fondo presentías. Describirlo no podías con palabras, algo en ti te perturbaba; entendías que había que pagar algún precio, te sentías ansioso por ello. Se observaban la luna y tú, por ves primera captabas a la luna imaginativo. Clarísima la noche, de negritud pura, con chispas que irrumpían la profunda oscuridad; rompía la luna ese contraste, con su enorme personalidad bañada de argenta. Corrientes tus perros, los que te adoraban y se acurrucaban a un lado del cuero preñado de oro, mientras tú ilusionado te viajabas a mundos nuevos.
¡Despierta ya Filemón! Apura que el sol te empezara a dorar el rostro.
Filemón, no pierdas tu tiempo en tu sueño irreal. Despierta y vive. Disfrute tendrás en ello. Mira que contar bien los onzas debes. Recuerda Filemón, despierta a tu nueva realidad. ¡Filemón!, ¡Filemón! los perros ya se llevaron el cuero arrastrando Filemón. Regresa, no caigas en la trampa del tóxico aliento de los tesoros, de los gases envenenados. Sucumbe a tu realidad Filemón.¿ O acaso no revisaste bien la vaca? Tal vez tenía alguna mordedura de serpiente y te envenenaste con la carne.
¿Qué fue Filemón?
No te entrampes; no te huyas de ti. Ya los perros arrastran los cueros de la res; ya los perros relataran tu leyenda. La del tesoro encantado; la del tesoro que nunca existió.
Moriste tu Filemón, onza alguna jamás se vio. Ya los perros desgarran a tirones los cueros de la res, ya tu corcel ciego está,
Testigos de nada quedo.