LOS PECADOS DE AMADA / Por: Javier Vitela

Ni el nombre recordabas, Amada tu sobrenombre, el que adoptaste
Como el verdadero. Eras solo el olvido de los muchos hombres a los que habías complacido por unas monedas y unos tragos secos que todavía te raspaban la garganta. Los tiempos buenos habían pasado, se extinguieron en los años vividos que desgastaron tu cuerpo y alma Trastocándote la intimidad
Que muchos de ti tuvieron pero, el corazón lo reservaste para aquel hombre que nunca llegó, el que tal vez nunca existió y solo fue el ideal platónico que en tu subconsciente ahogaste, si se te hubiera hecho realidad que explicaciones le ibas a dar; mira que ya no tenías ni intimidad para ofrecerle.

Te tuvieron todos pero no fuiste de nadie, en el existir llevabas ese pecado intrínsecamente vinculado a tu persona. Eras ya anciana; fuiste la más deseada.
Hilvanabas con los recuerdos la mortaja que a ti misma te dabas por las culpas de haberte vendido a diario. Ahora recibías al igual monedas que en su tintinar te colmaban el tímpano emulando a la rocola que jamás se callaba en esas cantinas donde las penas se van a olvidar; donde las penas con mezcal se van a enjuagar. Eras ahora esa pobre pordiosera que tenía que rogar para sobrevivir. A veces antes a ti te rogaban, hasta te dabas el lujo de a tus clientes escoger. Mirate ahora amada, tirada a las puertas de la iglesia, no te atrevías siquiera a entrar para tus penas inmolar.

Pasó frente a ti esa persona que emular tu leyenda quería, porque singular fuiste entre el bajo mundo de las caricias que solo alcanzan a moldear el pecado de la lujuriosa pasión carnal, se paró que a sus pies quedaste sin saber ella de ti, saco un peso de plata y te lo tiró al sucio canasto que ahogó el sonido del fino metal. A veces La Plata con su resplandor argenta.

Necesita estrellarse con suelo duro para sus bríos relucir en ese brillantísimo tintineo que a los oídos habrán de penetrar.
Se adentro la mujer a la parroquia, tal vez para su ser de pecado con su propia alma estrellar; y tal vez en el tintineo del desencuentro su espíritu elevar. Lo cierto es que aquella dama del pecado jamás de la parroquia se le vio salir; nunca adentro se le vio entrar, solo Amanda advirtió la presencia de aquella misteriosa mujer. Amada atesoró La Moneda de plata que en limosna le dio, al poco tiempo amada murió. Ahora al entrar en aquella parroquia el alma de amada se advierte pues se escucha de la nada una moneda con el suelo chocar produciendo ese tintineo hipnótico, dicen que los niños, que son libres de pecado alguno, son los únicos que el penetrante ruido de La Plata no escuchan.

Solo los inocentes y libres de pecado son sordos a las ambiciones que las riquezas habrán de provocar, la lujuria del deseo carnal siempre sucumbe al resplandor que el dinero genera, al sonido pecaminoso cuyo eco regresará contándonos una verdad.