Nuestra ciudad es un venero de cultura e historia, sus aguas riegan el huerto de donde han brotado los frutos que nutren la sabiduría del estado y del país, con una población que sobrevive al desmesurado crecimiento urbano que casi acaba con las raíces de aquel Xalapa de antaño, rescatado por los que aún aman y defienden sus orígenes, sus tradiciones y su legado histórico y cultural.
Hoy en día vemos con tristeza como han desaparecido muchos de los íconos que para los xalapeños eran referente común y nos daban identidad ante los ojos del mundo, hemos perdido parte de la arquitectura característica del siglo pasado pues ahora en cada esquina de las calles del centro y de las que lo rodean han desaparecido los caserones de gruesas paredes de piedra con sus tejados o las clásicas de los años sesenta, para dar lugar a locales cuadrados armados con esqueleto de metal y vestidos con cristales, donde esperan maliciosos los productos “chatarra” en contubernio con las bebidas alcohólicas para atrapar a las víctimas de la globalización.
Se han perdido áreas verdes y pequeños bosques para la construcción de unidades habitacionales necesarias para cubrir la demanda de la creciente población, a la par de los grandes centros comerciales que se han surgido en la periferia, tan modernos y concurridos que por momentos hacen que nos olvidemos de la belleza y la tradición que aún guarda el centro de Xalapa. Precisamente en el ombligo de la ciudad se encuentra uno de los íconos emblemáticos, que se ha salvado de ser eliminado del lugar en que fue plantado casi al final del siglo XIX, con sus más de cien años de vida e historia permanece frondosa y altiva como gran dama xalapeña de estirpe, nuestra hermosa araucaria.
Cuenta la historia que ella y sus hermanas fueron un regalo del embajador de Chile, Domingo Gana Cruz, al presidente Porfirio Díaz para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, fueron recibidas por el gobernador Teodoro A. Dehesa y plantadas en diferentes lugares de la ciudad como el parque Juárez, en el antiguo atrio de la iglesia de San José y frente al parque Los Berros; las que afortunadamente todavía sobreviven en este edén son doblemente importantes pues sirvieron de inspiración al gran poeta Salvador Díaz Mirón para eternizarlas en los versos de A una araucaria, este poema aparece incluido en Lascas, de 1901. Hoy podemos identificar también como parte de este acervo las erguidas en un hotel en la calle Altamirano y en la iglesia El Calvario.
Ya perdimos en el 2011 la sembrada en el barrio de San José desapareciendo parte de un legado histórico dejado por un gobernante singular como lo fue Dehesa, apoyando siempre a la cultura y sus creadores. Ahora vemos con melancolía nuestra araucaria del parque Juárez olvidada, ignorada durante varias navidades pues sus tradicionales focos multicolores que sorprendían a propios y extraños por distinguirse desde diferentes puntos de la ciudad, ya no están entre sus ramas, dejaron de brillar como tradicionalmente lo hacían desde la segunda mitad del siglo pasado.
Historia y tradiciones caracterizan e identifican a los que amamos este oasis surgido entre las arenas, lugar donde dejaremos como legado a los nuestros la historia de vida transcurrida entre sus calles, sus parques, sus escuelas, sus iglesias y todos los lugares que nos vieron nacer y formarnos como hijos de Xalapa; rescatemos lo que el olvido ha sepultado con la modernidad y la indiferencia, valoremos a este terruño nuevamente.
A una araucaria
Bien hayas, himno verde, que sublimas
en estrelladas y soberbias rimas
triunfante numen, y a cantar animas!
En la punta prolífica y derecha
de tu plumada y elegante flecha,
mirlo garrulador plañe una endecha.
Y abro el ala parnáside, y al crudo
viento del agrio Cofre la sacudo,
y con bárbara trova te saludo.
Corvas uñas, que amagan como en rabos
de incógnitos a mí reptiles bravos,
echas por hojas en alternos cabos.
Y si la llama del rencor me ciñe
corazón y laúd, la nota riñe
y el verso es garra que la sangre tiñe.
¡Cuán peregrina con tus frondas nuevas!
Imán y encanto a las miradas pruebas
en las guirnaldas que a las nubes llevas.
Extraño soy también, y más atraigo
con prez que ostento y con baldón que raigo,
y de mayor encumbramiento caigo.
A mirífica lumbre te abandonas
e iridiscentes lágrimas temblonas
adiamantan y emperlan tus coronas.
Y ardo en estro de amor, y no hay rocío
como el que cubre las que a Dios envío
ansias de que me cure el ángel mío.
¡En ti mi nombre que grabé se mezca!
¡Tal vez lo guardarás de que perezca!
¡Sólo así podrá ser que dure y crezca!
Xalapa.
Septiembre de 1896.
Salvador Díaz Mirón.
Imagen: Araucaria del Parque Juárez en Xalapa, Veracruz.