ARAUCARIAS LEGENDARIAS / Maricarmen Delfín Delgado

Nuestra ciudad es un venero de cultura e historia, sus aguas riegan el huerto de donde han brotado los frutos que nutren la sabiduría del estado y del país, con una población que sobrevive al desmesurado crecimiento urbano que casi acaba con las raíces de aquel Xalapa de antaño, rescatado por los que aún aman y defienden sus orígenes, sus tradiciones y su legado histórico y cultural.

Hoy en día vemos con tristeza como han desaparecido muchos de los íconos que para los xalapeños eran referente común y nos daban identidad ante los ojos del mundo, hemos perdido parte de la arquitectura característica  del siglo pasado pues ahora en cada esquina de las calles del centro y de las que lo rodean han desaparecido los caserones de gruesas paredes de piedra con sus tejados o las clásicas de los años sesenta, para dar lugar a locales cuadrados armados con esqueleto de metal y vestidos con cristales, donde esperan maliciosos  los productos “chatarra” en contubernio con las bebidas alcohólicas para atrapar a las víctimas de la globalización.

Se han perdido áreas verdes y pequeños bosques para la construcción de unidades habitacionales necesarias para cubrir la demanda de la creciente población, a la par de los grandes centros comerciales que se han surgido en la periferia, tan modernos y concurridos que por momentos hacen que nos olvidemos de la belleza y la tradición que aún guarda el centro de Xalapa. Precisamente en el ombligo de la ciudad se encuentra uno de los íconos emblemáticos, que se ha salvado de ser eliminado del lugar en que fue plantado casi al final del siglo XIX, con sus más de cien años de vida e historia permanece frondosa y altiva como gran dama xalapeña de estirpe, nuestra hermosa araucaria.

Cuenta la historia que ella y sus hermanas fueron un regalo del embajador de Chile, Domingo Gana Cruz, al presidente Porfirio Díaz para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, fueron recibidas por el gobernador Teodoro A. Dehesa y plantadas en diferentes lugares de la ciudad como el parque Juárez, en el antiguo atrio de la iglesia de San José y frente al parque Los Berros; las que afortunadamente todavía sobreviven en este edén son doblemente importantes pues sirvieron de inspiración al gran poeta Salvador Díaz Mirón para eternizarlas en los versos de A una araucaria, este poema aparece incluido en Lascas, de 1901. Hoy podemos identificar también como parte de este acervo las erguidas en un hotel en la calle Altamirano y en la iglesia El Calvario.

Ya perdimos en el 2011 la sembrada en el barrio de San José desapareciendo parte de un legado histórico dejado por un gobernante singular como lo fue Dehesa, apoyando siempre a la cultura y sus creadores. Ahora vemos con melancolía  nuestra araucaria del parque Juárez olvidada, ignorada durante varias navidades pues sus tradicionales focos multicolores que sorprendían a propios y extraños por distinguirse desde diferentes puntos de la ciudad, ya no están entre sus ramas, dejaron de brillar como tradicionalmente lo hacían desde la segunda mitad del siglo pasado.

Historia y tradiciones caracterizan e identifican a los que amamos este oasis surgido entre las arenas, lugar donde dejaremos como legado a los nuestros la historia de vida transcurrida entre sus calles, sus parques, sus escuelas, sus iglesias y todos los lugares que nos vieron nacer y formarnos como hijos de Xalapa; rescatemos lo que el olvido ha sepultado con la modernidad y la indiferencia, valoremos a este terruño nuevamente.

A una araucaria

Bien hayas, himno verde, que sublimas

en estrelladas y soberbias rimas

triunfante numen, y a cantar animas!


En la punta prolífica y derecha

de tu plumada y elegante flecha,

mirlo garrulador plañe una endecha.


Y abro el ala parnáside, y al crudo

viento del agrio Cofre la sacudo,

y con bárbara trova te saludo.


Corvas uñas, que amagan como en rabos

de incógnitos a mí reptiles bravos,

echas por hojas en alternos cabos.


Y si la llama del rencor me ciñe

corazón y laúd, la nota riñe

y el verso es garra que la sangre tiñe.


¡Cuán peregrina con tus frondas nuevas!

Imán y encanto a las miradas pruebas

en las guirnaldas que a las nubes llevas.


Extraño soy también, y más atraigo

con prez que ostento y con baldón que raigo,

y de mayor encumbramiento caigo.


A mirífica lumbre te abandonas

e iridiscentes lágrimas temblonas

adiamantan y emperlan tus coronas.


Y ardo en estro de amor, y no hay rocío

como el que cubre las que a Dios envío

ansias de que me cure el ángel mío.


¡En ti mi nombre que grabé se mezca!

¡Tal vez lo guardarás de que perezca!

¡Sólo así podrá ser que dure y crezca!


Xalapa. 

Septiembre de 1896.

Salvador Díaz Mirón.

Imagen: Araucaria del Parque Juárez en Xalapa, Veracruz.

Los libros

«Desde que existe el libro nadie está completamente solo, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad». Stefan Zweig

EL SUICIDIO DE IGNACIO / Autor: Javier Vitela

En el concurso de la vida exististe, le quitaste al destino su derecho de poseerte.

Ignacio de este plano te extinguiste; probaste el elíxir envenenado, con el te ahogaste en tu propia locura, suicidio de amor el tuyo.
Embriagado de soberbia, turbado por tu razonamiento necio no entendiste que ella se marchaba de ti; se perdía de tu vista caminando por el sendero del olvido.

Ignacio, la última imagen que tatuada tienes en los recuerdos a olvidar fue el de ella, con el rebozo aquel, si, ese mismo que en la feria de la candelaria le regalaste. Se lo llevo puesto, enredado en su frágil ser.
Se cansó de ti, de tú muy macho ser; se hartó de que la poseyeras cual objeto en tu colección de hembras a tener.

Hoy muy temprano por el alta voz retumbó en la ranchería la invitación de tu sepulcro cavar, te sembrarán en tu tierra que cual madre una eternidad cuidará de ti, renacerás en el fértil imaginativo de las leyendas a contar, describirán tu viril presencia, de lo hombre que fuiste al tomar ese premio de la vida, el de arrebatarle tu vida a la muerte
Te fuiste a tu modo y cuando quisiste con tu destino impoluto, vestiste de luto a la propia muerte.

Ya te llevan al camposanto, tu fino sombrero de charro luce, cual corona, sobre el féretro de fina madera labrado de tu propio ser.

Litros de mezcal se beben, lo hay más que el agua bendita, con el apaciguan el dolor.
Todavía en tu rostro escurre una última lágrima, esa misma que embalsama tu dignidad, pues ya cadáver es todo lo que de ti fue.