Dia del padre

                                                                         Día  del padre

La habitación está   desierta. Apenas se percibe el sonido que crea el viento cuando choca con las ventanas. Augurios dentro de ráfagas de pensamientos con incógnitas sin descifrar. ¿Cómo llegué?  ¿Qué fue lo que hice para terminar en esta habitación donde únicamente me acompaña un álbum de antiguas fotos color sepia? Permanezco inmóvil acostado mirando el techo. ¡Estoy solo! Una sábana blanca cubre mi esquelético cuerpo. En el buró, junto a mi cama, una biblia, un vaso con agua y un montículo de medicinas que debo de tomar. ¡La televisión ya no funciona! Cuando puedo y quiero enciendo la radio, aunque siempre la misma estación.

 No sirve la perilla para cambiar de sintonía. Hoy no escucho voces afuera. Tengo ganas de levantarme pero mis fuerzas han disminuido considerablemente, El apetito también me ha abandonado, me insisten a que coma algo, pero mi cuerpo no lo tolera, si acaso lo que coma lo mantendré en mi estómago unos diez minutos, después es necesario sacarlo mediante el vómito.

Estudios me han hecho muchos, pero nadie ha acertado a ciencia cierta qué es lo que tengo. Algunas veces bebo algún jugo, pero eso me crea un dolor agudo en mi estómago. Dicen que por la acidez, pero he probado tantos que ya no se cuál  me hace bien ni cuál  mal. Cierro los ojos, y trato de  encontrar el momento donde me equivoque, las ofensas que hice y que hoy estoy pagando. La vida jamás olvida, tarde o temprano cobra la factura. Ya son ochenta años los que cargo a cuestas.

Intento levantarme y lo logro. Después de varios intentos me siento en el borde de la cama. Respiro profundo mientras que con mis manos me tapo mi rostro. Un rostro que ha perdido lozanía, elasticidad, en fin, ¡he perdido todo! De repente me mareo, todo me da vueltas siento que voy a…

-Señor Ernesto, ¿está usted bien? señor, responda. Abro mis ojos y de nuevo permanezco acostado. Solo que ahora con un gran vendaje en mi cabeza. ¿Qué fue lo que sucedió? le pregunto a la enfermera.

-Don Ernesto, usted sufrió un mareo y se cayó, lo levanté  y lavé  su herida para posteriormente vendarlo, la hemorragia no paraba y usted se desangraba.

Apreté mi boca con fuerzas, y cerré mis ojos mientras unas lágrimas visitaban mis mejillas. -Lo dejaré  aquí por un momento, y enseguida trataré  de localizar a sus familiares. Y otra vez mí vista al techo. Imaginando mil cosas, recreando mi vida. Haciendo un análisis del porqué de  mi situación actual. Tiene ya un buen tiempo que nadie me visita, solo mi nieto ha preguntado por mí. Mis hijos no me buscan, sé que cuando fui joven el orgullo y mi soberbia fueron las causas para que hoy este yo así. ¡Solo!

Era yo joven, me guiaba por mi intuición, y cometí muchos errores. Creí que dentro de mí inmadurez mis decisiones eran las correctas, ¡me equivoqué!  Un pequeño pájaro se posa sobre el borde de la ventana. Ahí permanece unos segundos para después extender las alas y marcharse. Hoy es un día diferente. Hoy no escucho a mis compañeros del asilo. A lo lejos observo el viejo calendario. ¡Con razón! es día del padre y la mayoría estará festejando junto con sus familiares.

 Pude cambiar mi destino, pero mi altivez y orgullo siempre me llevaron de su mano.

-Señor Ernesto, ¿cómo se siente?, le traje una gelatina y un poquito de atole, además mire, ¡un pedacito de pastel! ¡Muchas felicidades!, es “día del padre”. Miré  a la enfermera y apenas si sonreí. Era su trabajo cuidar de los ancianos, únicamente moví mi cabeza y muy despacio le di las gracias. Ella dejó  las cosas sobre mi buró  y salió, no sin a antes decirme que si necesitaba algo tocara yo el timbre.

Mi tiempo se agota, ¿podrá mi familia perdonarme todo el daño que les hice? ¿Mi esposa las tantas veces que la engañé?, ¿mis hijos que los traté  de forma grosera y sin respeto?  Hoy nadie quiere saber de mí, solo mi nieto que cuando tiene vacaciones me escucha y es ante él  que me he sincerado y sabe de mi arrepentimiento. ¡Si tan solo me dieran una oportunidad para pedirles perdón!  Con dificultad me siento en la cama. ¡El esfuerzo es demasiado!

Mi corazón se me sale. Los minutos pasan, se convierten en horas. Llega la tarde.

 Y junto con ella una voz que logro reconocer, ¡sí!  Es él, mi nieto. Me ve y sonríe, me abraza y me dice cuánto  me ama. Yo lo aprieto con todas mis fuerzas. -Vamos abuelo, ya no estarás más aquí, te llevaré  conmigo, no me importa los errores que hayas cometido, no soy yo quien te juzgará. Lo miro a sus ojos, es joven y ha adquirido madurez. Si yo hubiera tenido a alguien que me dijera, “estás  actuando mal,  corrige tu camino” otro sería  mi destino. Hoy es mi último día en el asilo. Lo poco que me quede de vida, daré lo mejor de mí.

Feliz día del Padre.

Edgar Landa Hernández.