Todo es pasajero

“Todo es pasajero”

Dice la frase que nada es para siempre. Somos pasajeros que contribuimos de cierta manera a pulirnos y a ayudar a pulirse a los demás. Todo dura lo que debe de durar, aunque la mayoría de las veces nos aferramos a algo que ya se fue y seguimos mostrando el interés hacia ese suceso o persona y nos quedamos mudos sin poder decir palabra alguna.

Detenerse un breve instante y voltear al pasado no es malo. Es poner en la balanza de la vida lo bueno y lo malo que hemos hecho. Recordar nuestra infancia, parte de nuestra juventud y aun en nuestro presente, es reencontrarse con la gratitud de proseguir en este viaje en el cual somos pasajeros.

Algún día nuestro itinerario finalizará, pero se quedará nuestro recuerdo en los corazones de todos aquellos que tuvieron la alegría de compartir con nosotros.
¿Qué hemos hecho? ¿Hasta dónde hemos llegado? Son algunas de las interrogantes que a veces nos hacemos. Nuestros ojos cansados miran ya de una forma inusual, ahora contemplan, disfrutan del entorno y se maravillan del color del sol. ¿Será acaso que confundimos la humildad con la sencillez?

La vida no sería vida si no estuviera prevista de escollos y vicisitudes a las que debemos de enfrentarnos día a día, es enfrentar nuestros miedos y lograr crear una atmósfera en donde encontremos las herramientas necesarias para poder proseguir.

Mi padre con la experiencia que había adquirido a través de los años alguna vez me dijo” no te empecines por ver más allá del horizonte, será a través de tu camino que un día llegarás y atestiguarás que lo que buscabas no estaba allá a lo lejos” Y la vida de mi padre también fue pasajera. Duró lo que debía de durar. Y así lo acepté.

Hoy sigo siendo pasajero, del ayer, del hoy y quizás del mañana que aún no llega, pero mientras eso sucede me sigo maravillando de la gran obra de Dios…

Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa

Edgar Landa Hernández…

DIÁLOGOS CON JAVIER ORTIZ Y CARLO ANTONIO CASTRO / Por: Fernando Hernández Flores*

Me reunía frecuentemente con Javier Ortiz Aguilar en las oficinas de la Coordinación General de la Universidad Pedagógica Nacional con sede en Xalapa, por aquellos años cuando comenzaba a incursionar en esto de la escritura de artículos periodísticos. Un día me citó para ir a visitar a un personaje muy importante en el ámbito académico e intelectual. Una persona que había escrito sobre una tal «Lupe la de Altotonga». Nos vimos temprano por maestros veracruzanos y tomamos el taxi para ir a la casa del distinguido maestro Carlo Antonio Castro.

Cuando llegamos, su esposa nos recibió con un «pasen están en su casa». No tardó demasiado en llevarnos directamente con el maestro. Al vernos, se levantó de su silla y nos saludó a Javier y a su servidor. En la casa del ilustre investigador, hubo suficiente tiempo para dialogar. Alrededor de él se encontraban varios medios de comunicación locales, en los cuales seguramente ya se había sumergido en sus lecturas. Entre sus comentarios, nos informó que estaba preparando unos sonetos en honor a la obra de Cervantes de Saavedra, «El Quijote de la Mancha». Además que, en la Señorial Misantla a futuro presentaría un libro con relación al idioma originario, el totonaco misanteco. Era un hombre muy sabio y culto. Hablaba muchos idiomas de México y de otros países.

En seguida nos mostró y regaló la revista «El Tuno», editada por el Colegio Preparatorio de Xalapa; con Esteban Rizo Báez como director fundador de la Tuna y director de la Revista, teniendo como asesor general al Doctor Honoris Causa por la Universidad Veracruzana, Carlo Antonio Castro.

En el Tuno podemos encontrar una variedad de autores comprometidos con el arte del buen escribir, amantes de la poesía y de la musicalidad que en ellas se puede constatar. El número veintiuno de la revista se dedicó a las ciudades de Córdoba y Orizaba. Sin embargo, se hace una mención especial en el Tuno al escritor Emilio Carballido, hombre de letras, dramaturgo y narrador. De la revista, al leerla, se pudo rescatar el siguiente soneto de Carlo Antonio intitulado «El verso en sí»:

“El soneto se da sin más escándalo / porque sabes la lengua en que lo escribes; / con bien cortada pluma no te inhibes / y el opúsculo surge, así cantándolo.

Si el poema aparece, no te prives / de aprovechar fielmente el don y mándalo / entintar bien, a fe mía, dejándolo / que circule entre gente con quien vives.

Casi está ya el soneto acalorado / y los grados prescritos alcanzaste / con cualquier vientecillo que ha soplado.

No te ufanes si aliento exhalaste: / como gestor del verso transpirado / procura que su sabia no se gaste.”

A pesar de estar recién operado, por aquel tiempo, Carlo Antonio Castro seguía siendo un hombre con un gran espíritu de lucha ante la adversidad. Fue una persona amante de las letras, caracterizándose por su dedicación permanente a la escritura y sus análisis desde la lingüística. A través de sus obras, Antonio Castro nos enriquece y hace viajar a mundos desconocidos de nuestra bella patria, como son los lugares de Chiapas, Altotonga, Atzalan, Tlapacoyan y Jalapa. Su amor por el arte de escribir va más allá del simple hecho de nombrar las palabras, sino también de interpretar los mundos como menciona León Portilla en su poema «Cuando muere una lengua». Los instantes que me regaló Carlo, mostró ser una persona seria, honesta y muy concentrada en su quehacer literario. Carlo Antonio convivió de cerca con el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán, ambos le dieron origen y prestigio a la Facultad de Antropología y al Museo de Antropología de la capital veracruzana.

Carlo Antonio Castro tuvo una formación como antropólogo, lingüista, poeta, etnólogo y autor de «Los Hombres verdaderos», «Lupe la de Altotonga» y «Jalapa: años treinta y cuarenta del siglo veinte». Convivió con tzeltales, tzotziles, totonacas y otros grupos étnicos del país. En ellos, se puede apreciar el recurso metodológico que utiliza el autor a manera de «historia de vida», herramienta fundamental de connotados antropólogos. Su interés por la lengua náhuatl y el reconocimiento que tiene de ella, sobre todo en la influencia que hay de la misma en nuestro hablar actualmente, es de suma relevancia, así como de reflexión y análisis para los lingüistas.

En otra ocasión, escribí sobre «El Señor Tlacuatzin», un libro de su autoría. El libro está bien documentado y se me ocurrió mencionar que había maneras de comer al tlacuache en el mismo texto. Cuando fui a ver al maestro Carlo Antonio, me llamó la atención que los defensores de los derechos de los animales le habían llamado porque había comentado sobre este marsupial y cómo es que se lo comían. Tuvimos la oportunidad de caminar por las áreas verdes de Las Ánimas con Javier y con Carlo Antonio. Con ambos tuve la oportunidad de aprender y comprender varias cosas desde mis pensamientos aún juveniles, hoy los recuerdo, Carlo Antonio de El Salvador y Javier de Altotonga. Los dos eran muy conocedores de los afrodescendientes, los pueblos originarios y de los trabajadores del campo.

AL ABRIGO DEL RECUERDO / Maricarmen Delfín Delgado

Mi suburbio lo componían la Calzada 5 de febrero, el callejón Jesús te ampare, la calle delEscuadrón 201, la única cuadra de Nogueira seguida de Rojano, Aldama y Landero y Coss. Completado por la iglesia de San José y su desquebrajado atrio que desde hace mucho tiempo ha tenido como acompañante al mercado Alcalde y García. Ahí también se encuentra el monumento más antiguo de Xalapa (1853) que recuerda el heroísmo de los militares Ambrosio Alcalde y Antonio García con una enorme columna rodeada por pilares y gruesas cadenas, donde me mecía como divertido columpio cada vez que podía hacerlo.

Como cada tarde la campana recordaba la inevitable cita con el Santísimo, nuestro compromiso diario de asistir a misa de seis, sorteando el andar entre el empedrado resbaloso y húmedo que abarcaba todo el casi todo el perímetro anterior, con sus palmeras ubicadas en la esquina de Alcalde y García con Nogueira y otras más ya muy cerca de la iglesia, que nos saludaban con sus manos de escuálidas hojas movidas por el rocío invernal.

Ya de regreso a casa mi abuela y yo, pasábamos a la tienda de don Nereo donde se podía comprar todo un universo de productos y enceres necesarios para satisfacer las necesidades básicas de aquella época (años sesenta), como veladoras para el altar de los santos, cuerdas y bolsas de ixtle, cerillos, manteca, galletas de animalitos y con copete color de arcoíris envasadas en enormes bolsa de cartón delgado del tamaño de un bulto de cemento; maíz, frijol, arroz, panelas, especias diversas y demás semillas resguardadas en costales formados a la entrada de la miscelánea, porque eso era, ahí se encontraba de todo.

Recuerdo pararme frente al mostrador con piel de lámina pintado de rojo carmesí o a veces de verde bandera donde el baile constante de las monedas la tatuaban y abollaban; a un lado brillaban dentro del enrome frasco los chiles curtidos en vinagre ganándose un espacio entre las rodajas de cebolla y zanahoria. Desde mi posición podía ver los enormes estantes de madera donde formados como un gran ejército, se asomaban las latas de leche consensada y azucarada, de chocolate Express vitaminado o Milo, focos, botellas de aceite de olivo, tarros de mayonesa, mermeladas y conservas. A un costado las escobas de palma, cepillos de raíz, jergas, escobetas y estropajos acompañados de los detergentes e insecticidas.

Los señores y una que otra señora, pedían sus cigarros “Delicados”, “Alitas”, “Carmelitas” y los famosos “Faros”, todos sin filtro y de papel arroz como decía la publicidad. No podían faltar los refrescos, las cervezas y el aguardiente; la pomada milagrosa que aliviaba desde un raspón hasta algún hueso roto, los morrales para el mandado y el recaudo colgados en ganchos de metal como trapecistas dando giros con el aire de otoño. Eran muchas las cosas que ahí se vendían y que escapan a mi memoria, pero lo que sí está presente en mí son los cucuruchos de papel periódico en los que despachaban los huevos, los granos y lo que se pudiera contener en esa pirámide cónica; también el pan, las galletas, las pastas y todo lo comestible se envolvía en hojas de papel de estraza enrolladas en las puntas formando un molote, algo parecido a una gran empanada.

A una media cuadra aparecía imponente el cuartel “Heriberto Jara Corona”   conocido como de San José, con sus enormes puertas siempre abiertas mostrando su amplio patio central donde se resguardaba el 21° Batallón de Infantería del Ejército Mexicano. Todos los días a las seis de la mañana rendían los honores a la bandera, marchaban y entrenaban cotidianamente pues la rutina en ciudad en aquella época era de paz y tranquilidad para los xalapeños.

El mercado es referente importante en la vida de los vecinos de algún barrio y el Alcalde y García no es la excepción, me emociona mencionarlo como parte de los recuerdos de la infancia que seguramente comparto con otras personas del rumbo; su arquitectura sencilla con el techo alto y dos pórticos que antecedían a las enormes puertas fabricadas con barrotes de madera, albergaban a la señora que en un espacio de medio metro de ancho adaptó una barra donde nos preparaba los espumosos chocomiles, además vendía todo tipo de dulces tradicionales como merengues, higos y naranjas cristalizadas, duquesas y cocadas.

Vitroleros con agua de horchata, tepache y de tamarindo provocando con su redondez el antojo de la clientela. Si nos sobraban algunas monedas podíamos comprar una sorpresa de veinte centavos, que eran pequeños juguetes dentro de una bolsa de papel. Había un expendio igual en otra entrada al mercado. Los papalotes y palomas colgaban en las tiendas situadas fuera del mercado, revoloteaban al son del viento de octubre esperando ser elevados.

En el primer local del pasillo exterior del mercado se encontraba la panadería de doña Esperanza, donde desde muy temprano consentía a todos los vecinos con el delicioso, aromático y tradicional pan que se horneaba muy cerca, en un famoso negocio de la calle Xalapeños Ilustres. En aquellos años el pan era cocido en la madrugada, los panaderos  empezaban a hacerlo en las primeras horas del día para  poder distribuirlo entre seis y siete de la mañana y disfrutar en el desayuno las piezas recién salidas.

La ñapa o pilón era una forma de agradecimiento por parte de los comerciantes a sus clientes, si se compraba una cantidad considerable de algún producto el vendedor regalaba una pequeña porción. En la panadería al comprar más de diez piezas te daban otra de pilón, cada una costaba diez centavos. Me encantaban las “camelias” y los “laureles” con nata.

Desde aquellos años hasta el día de hoy, las nieves de guanábana, de mamey o limón deleitan a los que caminan por la calle Justo Sierra casi llegando al Jardín de Niños “Enrique Pestalozzi”, su creador sigue parado ahí con su carro y el mismo delicioso sabor, con su cara seria y su figura delgada, con los años reflejados en su rostro pero fiel al compromiso asumido hace casi sesenta años. Cuando paso por ahí, no pierdo la oportunidad del comerme un delicioso barquillo con la nieve que desde pequeña me deleitaba al salir del kínder y sentir la nostalgia que se percibe al abrigo del recuerdo.

mcarmendelfin@hotmail.com

Imagen: iglesia de San José, óleo de la Galería Nokal, sin fines de lucro para difusión cultural.

EL MARIACHI / Por: Alberto Calderón P.

Si escudriñamos un poco sobre el origen del conjunto de músicos que interpretan lo que podría ser la música del mariachi, el sonido característico que se convirtió en una representación nacional, donde los hombres y mujeres van ataviados de unos trajes similares con una chaqueta corta, unos pantalones ajustados en color negro, poco a poco los colores se han hecho más vistosos como el blanco que hace un buen contraste y le da a los músicos una mayor elegancia, esa forma de vestir proviene de la región española de Salamanca, ahí sus habitantes que se dedicaban a las labores del campo principalmente en la provincia del río Tormes y en la ciudad Rodrigo son conocidos como “Campo charro”, con un sombrero similar. Para nosotros existe una identidad de arraigo nacional con el vaquero mexicano, su música tuvo su origen en el estado de Jalisco, como todas las prendas de vestir, su indumentaria va desde la lana con incrustaciones laterales de plata a la gamuza, fue muy popular durante la época de la revolución mexicana, hoy los vemos con sus botines y su corbata característica hecha de un pequeño reboso, los trajes de los mariachis por muy económicos son costosos. Sus instrumentos eran en sus inicios utilizados por los criollos para generar música más popular y no solo de contenido sacro, los violines, guitarras, las vihuelas y otros complementos se han ido incorporando a lo largo de los años para consolidar este conjunto, todo un baluarte representativo de México.

BESOS INFINITOS / Autor: Javier Vitela

Absorto por el recuerdo de tus besos todavía conservo el olor de tu aliento que suspira deseo, besos que con su caudal de pasión avasallantes adormecen mi entendimiento entrampándome en la lujuria
Por poseerte. Besos cálidos y húmedos donde florece nuestro enamoramiento. Labios que estrujan la carne del deseo. Besos con barniz del néctar del fruto prohibido. Calma en mi la sed, la que por ti tengo. Calla mi boca con la tuya, arrebátame las palabras, esas mismas que de amor te describen para que en silencio, los dos, escuchemos el inmenso espacio
Que nos rodea, perdámonos en esa inconmensurable grandeza donde el tiempo no existe, donde el segundero de nuestros corazones nos apresure a poseernos sin la prisa fustigante de la envidia de quienes nuestro amar observan. Existamos en ese espacio extasiados y sin complejos del mal; sin culpas por el no entender de los demás.
Mirémonos mientras nuestros besos observen que no existimos más allá de nosotros mismos.

ARREBATO / Autor: Alberto Calderón P.

En lo alto, una nube se posa un instante en su viaje incierto, cambiando la claridad de la mañana con matices de tenues sombras, disfrazándose de distintos animales solo vistos en sueños profundos, la luz se acompaña de trinos ofreciendo armonía al cielo, la parvada vuela en todas direcciones planeando entre las construcciones antiguas, un pequeño pájaro parece hacer un espectáculo de equilibrio en el alambre tendido entre dos postes, su curiosidad le hace bajar a un balcón en busca de comida mientras es observado por una estatua peluda de ojos como gotas de miel, solo su sombra fue testigo del salto felino, las alas del diminuto se abrieron huyendo en forma vertical, el encuentro en el aire entre dos especies con distinto propósito fue visto por una mariposa amarilla que indiferente siguió su curso.

El silencio interno se rompe con un ruido extraño, una maceta cae, el gato se escabulle entre las patas de una silla buscando alcanzar el refugio bajo la cama más cercana, huye. Se escuchan las pisadas subiendo el laberinto de caracol hacia la intimidad de las alcobas, la mujer de zapatillas cenicientas vio pasar veloz un pedazo de nube, algo notó bajo sus bigotes de moño ralo por lo que se da a su búsqueda para saber que trae entre dientes.

El blanco felino sigiloso y calculador, aprisiona un pájaro en su boca que no ha dejado la existencia, no se resigna a abandonar el paraíso, apenas aleta tratando de zafarse del estrujaniento que no le permite la libertad, aferrándose con todo a la vida. Ayelen finalmente lo acorrala haciendo que suelte la presa, toma el ave entre sus manos, le sopla en el pico, el plumífero lastimado parece poco a poco regresar a su estado natural, el gato maúlla desconsolado por el arrebato del trofeo que atrapó con habilidad. No quiere resignarse a perderlo, sigue de cerca con la mirada a la mujer que le quitó su presea, en algún lugar de su mente siente aun la emoción por haber satisfecho su instinto, en una fracción diminuta de tiempo pierde de vista el destino del canario y la joven mujer, en posición de sigilo busca inútilmente, su olfato confunde el rastro por los aromas que suben provenientes de la cocina, cerca del lugar el ave aturdida, indecisa se sacude esos momentos de angustia, se para nuevamente sobre el barandal del balcón antes de emprender el vuelo, tras una experiencia que no podrá compartir.

Kimba resignado, olvida el triunfo y regresa al mundo de su solitaria existencia, se echa junto a la ventana donde un rayo de sol también se tiende sobre el piso ahora iluminando,  acicala su cuerpo, los dos reconocen la inmensidad de su espacio y su eterna soledad.

Del libro “Las espiroquetas” mismo autor.

UNA VENTANA AL MUNDO / Andrés Trapiello

Escritor español nacido en Manzaneda de Torío, León, el 10 de junio de 1953.

Para mi hotel de noche un cielo sube
del estuario lentamente. Arde
un tremedal de estrellas y esta plaza
solitaria se queda y en silencio.
Sin las luces insomnes del tranvía,
sin su fruto amarillo y sin su estruendo
se adormecen las empinadas calles,
se vacían de niños, y las tiendas
y las botillerías van cerrando.
Es suave la colina y son los verdes
una quinta arruinada, unas palmeras,
un aire colonial triste y seguro,
testigos de que el Tajo llega al mar
y al puerto negros buques con bombillas.
¡Es ronca su sirena como el humo!
¡Hermosos animales de la noche,
funerales carrozas por el agua!
Viejas ciudades donde siempre hay gente
asomada al balcón y en las ventanas.
Si yo pudiera estar en esa altura,
miraría en silencio y duraría siempre:
todo el azul, el río y la memoria.
Baja esta calle allí donde no llego
a ver, mi hotel, final donde me miro
y otro por mí deja mi nombre en un
nombre de otra ciudad y de otro río

En 1993 fue galardonado con el Premio de la Crítica y diez años después con el Premio Nadal, posiblemente uno de los más importantes de España, luego del Cervantes. Gran parte de su trabajo es poético y gracias a él ha conseguido trascender las fronteras de su país, convirtiéndose en un importante autor en otros países. Cabe señalar que la crítica lo ha considerado como el autor español más imprescindible de esta época