Inmateriales, etéreas, que se llevan en el interior, en lo más íntimo del ser, determinan lo que somos y lo que damos, reflejos de la esencia espiritual, de lo positivo o negativo que se enclavó en la memoria para definir nuestra vida.
Huellas son también las que dejamos al paso por esta vida, nuestro andar va marcando el sendero, lo va haciendo propio y único con un rastro difícil de igualar, cada segundo transcurrido en nuestra existencia renueva el anterior, lo que nos dará un toque particular y nos distinguirá con un sello fácil de identificar. Estas marcas personales son parte de la historia de vida de todos y cada uno, huellas plasmadas para siempre.
Cuando hayamos cumplido con la misión que el universo nos confirió en este mundo, ya no seremos materia ni voz escuchada, sólo palpable recuerdo que emana de la huella heredada. Si la hemos dejado definida evocará las experiencias de vida que nos anclaron a este mundo, no será opacada por otras pisadas ni se derretirá como la que se plasma sobre la nieve, las que el mar caprichoso borra en segundos sobre la arena, ni la efímera que queda sobre el agua tras el nado del cisne, tampoco como las que el viento aniquila en las desérticas dunas, será como la que horada la gota tras la constancia: profunda y eterna. Sólo el buen caminante deja huellas bien marcadas, saber deambular sin tropiezos, con paso firme y equilibrado, sorteando las piedras que se atraviesan en el camino sin importar el tamaño, esquivando zanjas y saltando riachuelos, hasta llegar al final de la vereda que contemplamos al voltear la mirada, ávidos de descansar tras el trayecto recorrido, reconociendo las huellas que el tiempo ha incrustado en la piel, joyas de la vejez, plenitud alcanzada.
Maricarmen Delfín D. Texto del libro HUELLAS